Los viejos rockeros nunca mueren. Y si son toreros menos todavía. Se mueren, sí, pero soñando con la faena imposible, masticando un sueño eterno de perfección, torería y emociones. Lo decía Chenel: “Cumplir años es una putada, porque con el reposo y el poso del tiempo toreas mejor, con más gusto, con más conocimiento, pierdes físico pero ganas en espíritu. Es una jodida contradicción”. Y les pasa a todos aquellos que eligieron esta pasión no como un oficio sino como un ideal. Y ahí está la incorregible querencia de tantos toreros. Ahora y siempre.
