Vaya con junio. El cielo no nos ha traído buenas señales. El cielo en el toreo son las taquillas, por mucho que en ocasiones queramos aliñarlo con romanticismo y bohemia que en el toreo no son conceptos antagónicos. A más categoría en la plaza, más gloria en las taquillas y más reconocimiento en el edén de los dioses táuricos. Eso es así desde que el toreo es toreo. Cuando ha habido alguna excepción, quiero decir un gran torero poco taquillero, ha habido que explicarlo. Y eso convendrán, es anormal. Y cuando ha habido uno muy taquillero y no… se le han buscado ropajes de gran torero aunque no lo fuese. Así de interiorizada tenemos esa relación de ideas. Un grande en celo y en tarde de compromiso, supone ver la plaza llena. Por eso los grandes se han peleado por sus honorarios, por cobrar más que nadie, por ingeniárselas para llenar la plaza incluso cuando ya no lo necesitaban, porque la pasta es reconocimiento y el símbolo del triunfo. Uno se la juega por la pasta, por otras cuestiones torearía festivales. Aunque los hay que alcanzan la cuadratura del círculo, es decir, hacen compatibles festivales y pasta pero no es ahí donde quería llegar ni a lo mejor es el momento de hurgar en esas heridas que existir existen. Festivales, luces y pasta, claro que existen pero es mal camino.
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