Un día creamos algo tan excepcional que creímos que era para siempre. El toreo. Ahora sabemos, fracasada esta soberbia, que nada que consiste en ser para siempre se queda quieto. Crece, cambia, se modifica. El toreo, como arte, como espectáculo, como oferta de ocio, como queramos llamarlo, ha agotado su creación original. Digo esto en el sentido más lógico de la frase: ha agotado su vigencia para el futuro. Y lo ha hecho porque el tercer elemento del toreo, (toro y torero son dos) el público, se ha movido hacia direcciones distintas, ha derrapado, y la tauromaquia se ha detenido.
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