Vencida la primera mitad del pasado siglo XX, hubo un apoderado que, aparte de ser un personaje singular, creía a machamartillo en su torero y en la defensa de sus intereses y se convirtió en un inmisericorde flagelo para las empresas. Se llamaba Florentino Díaz Flores. Tuvo la suerte de que su pupilo Santiago Martín “El Viti” cuajó en uno de los matadores más importantes de su época, por lo que el bueno de Florentino pudo mantener sus exigencias hasta que el de Vitigudino decidió retirarse. Bueno, un poco antes porque el último tramo de su carrera lo recorrió El Viti sin la tutela de aquel cuyo nombre irá unido al suyo para siempre, porque en lo que toca a administración y aprovechamiento de sus sinergias fue un auténtico Pigmalión.
