Pamela Anderson madura con la dignidad reducida. La ubico: unas hipermegaarchitetas pegadas a una rubia de bote con el talento de media neurona que paseaba su bañador rojo en Los Vigilantes de la Playa. Un pony sexual para el icono del mal gusto. Luego se redujo lo que se había operado, más porque la ley de la gravedad estaba quebrándole el espinazo que por lo que comentó. Genial: “Sólo quería que mi cuerpo volviera a su estado original”. Risas. Para regresarlo a su estado original su cuerpo debería pasar por una decena de operaciones regresivas. Ahora, con menos tetas e igual talento, ha bailado un pasodoble por televisión para protestar contra las corridas. De toros. Esa fijación de los seres antinaturales de siliciona, botox y liftings por la naturaleza es tan tetrapléjica como el que dice ser partidario del toro torista y ser de Paula.
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Pamela no sabe nadar
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