Julio taurino nace en Pamplona. Los sanfermines tienen vida propia. Más allá del momento de la Fiesta, de la presencia o no de grandes novedades en el escalafón o la reiteración de nombres a lo largo del tiempo, a pesar de las obsesiones políticas (aquí no se atreven y hacen chitón por el foro) a pesar de todos los pesares los sanfermines son un trasatlántico que puede con todo. Durante los diez días de abono no hay ojos más que para lo que sucede en su monumental coso. Les caracteriza su doble de público. Doble en cantidad, se suceden los llenos (una entrada, por favor) y doble en condición. Media plaza a su bola o a su merienda y a su cante (el rey, la chica ye ye…) en realidad medio mundo exuberante y vitalista con el que la otra mitad, la de los más aficionados, no comparten actitud, hasta les denostan pero que son imprescindibles para que Pamplona sea lo que es, para que los toreros (también los ganaderos) cobren lo que cobran y la ciudad cada arranque de julio acapare minutos y minutos en el prime time de todo el mundo, así que unos y otros se aceptan en un ejercicio de pragmatismo ejemplar. Y quienes no tienen la suerte o cartera o no han encontrado plaza ya saben, madrugón, tele, encierro, repetición, otra repetición… ocho días, ocho, pendientes del mozo de la gorrilla, del de la camiseta diferencial, del guiri imprudente y despistado al que solo le ha salvado el capotillo del santo o si eres de Valencia, del amigo/s de la camiseta de la senyera que andan empeñados en demostrar que en esas disciplinas son tan buenos como los de la tierra o mejores y se la juegan con vergüenza torera. En realidad, se trata de una locura. No quieran entenderlo, es la fiebre del toro.
La gente de la Casa de la Misericordia, gente justa y libres del pecado del taurinismo, le dan crédito a la feria
Por lo demás, lo que pase en el ruedo tiene también sus singularidades. Prima el populismo, eso se sabe. El torero que logra enganchar con el sol tiene el camino libre; en contraposición, el que lo cabrea lo tiene claro. En la memoria aquel día en el que Benítez, tan listo él, se equivocó por esa vez y le pegó un pase poco menos que del desprecio a un bocadillo que le habían lanzado y ya no hubo forma de enmendar los cariños hasta que llegó la feria de Tudela y se produjo la reconciliación en territorio digamos que neutral con los aficionados que habían viajado desde la capital atraídos por el imán Benítez y hasta por el morbillo ¡qué pasará! de la resaca de aquella bronca monumental de Pamplona. Fue una paz insuficiente para que el torero fuese torero de los sanfermines como se presumía que podía ser antes de debutar y darle fiesta al bocata volador o como lo eran Diego Puerta u Ostos o Miguelín o Girón… Con todo ello se me estaba pasando decir que la media plaza de sombra asiste como espectadora a lo que ocurre en el ruedo y a lo que ocurre en los tendidos de enfrente; o que, aunque en desventaja, los toreros de arte también tienen su chance, ahí está el ejemplo del mismísimo Ordóñez o de Emilio Muñoz que desde su aparición contó entre los predilectos; o que los triunfos tienen más repercusión mediática que transformación en contratos por aquello de lo avanzado de la temporada aunque, eso sí, los responsables de la contratación a los que todos conocen como la gente de la Casa de la Misericordia, gente justa y libres del pecado del taurinismo, lo tienen muy en cuenta para el año siguiente y hasta para cuestiones de la cotización, así que nadie se quiere ir de vacío por duro que pueda llegar a ser el trago y sobre todo el toro, ya saben el toro de Pamplona, ese que un año de pocos atractivos toreros se sacó de la manga aquel genio al que llamaban, le siguen llamando, don Miguel Criado o el Potra que por los dos tratamientos se le reconocía y acabó de definir el perfil de la Pamplona actual.
Valencia por Julio resiste y mira a octubre como vía de expansión
Pasado Pamplona se allana la temporada. Cambia el clima, la cultura y se acaba la inercia festiva de los sanfermines de tal manera que para atraer al público los gestores se tienen que estrujar el magín y aun así cuesta lo suyo. Llega Valencia, Santander que este año han separado sus calendarios y evitado coincidencias y competencias en excelente solución. A la del norte le ayuda el clima y la implicación de la administración que entendió que ayudar a los toros era ayudar a la ciudad y aplicó, lo sigue haciendo, respaldo e inversión. No quedan muy lejos aquellos años en los que convencieron a los críticos nacionales que deberían desviar su apoyo y atención hacía la feria montañesa y dejaron compuesta y sola a la feria de Valencia con la salvedad del maestro Vicente Zabala que mantuvo su lealtad y la de su periódico. Tuvo efecto la maniobra, la montañesa ganó escaparate mediático, se valoraba el clima, la ciudad, la acogida oficial, la hospitalidad personal y se disparaban los triunfos ante un toro más propicio; la mediterránea por su parte sufría la desconsideración de las instituciones, la exigencia del toro de primera y la falta de criterio de la autoridad que apostaba por un toro que nunca había sido el de Valencia. La capital del Turia por su parte gana en su categoría, es plaza de primera con lo que ello conlleva en el tema toro, gana en población y gana en historia que no es poco, y por mal que lo haya pasado bien se sabe que donde hay solera hay posibilidades de regeneración sobre todo si le aplican interés e imaginación. Este año la cohabitación en el calendario es un hecho y hay que celebrarlo. Son dos ferias, dos estilos, ambas necesarias.
Recogida sobres sus mínimos, tres corridas de toros, una novillada y la singular desencajonada además de cuatro festejos menores en busca de algún mesías salvador, Valencia resiste y mira a octubre cuando con clima y hábitos sociales más propicios se ve como vía de crecimiento y expansión. Si un día lanzaron las corridas falleras hasta convertirlas en la primera gran feria de la temporada porque no se puede reeditar la fórmula y crecer cuando verdea el otoño. ¿Por qué no?
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