La pincelada del director

Pamplona: la carencia fue virtud

José Luis Benlloch
lunes 11 de julio de 2011

Manda Pamplona. Una fuerza irresistible. Manda incluso por encima del taurinismo más recalcitrante. Buen contrapunto. Oxigenación. Una vez al año, mejor una semana, no hace daño, al contrario, se convierte en referencia. Para muchos en objetivo. Se organiza al margen del sistema, se disfruta con gustos propios y seguramente no muy ortodoxos. Es una maravilla que disgusta a una minoría. Suele pasar en el toreo. Lo de la minoría disgustada. Yo les recomendaría que se quitasen el bigote, ya saben que bigote en el toreo es sinónimo de acritud, también de intransigencia, posiblemente por correlación con la Guardia Civil de otro tiempo. No creo que vaya a tener éxito en mi recomendación pero lo tenía que decir. En el toreo que es el espacio de las monteras no hay forma de que se pongan la vida por montera y sonrían, en el momento del clímax, cuando algo funciona siempre aparece alguien y enarbola la bandera de la Santa Inquisición. No importa desde qué bando, el caso es anatemizarte, los clásicos, los modernos, los aficionados, los profesionales... El más insospechado tiene la tentación de arrojarte a las llamas del infierno al grito de ¡la verdad es mía, jódanse! Por eso me gusta Pamplona, porque rompe normas incontestables el resto del año y porque cada cual va a la suya, todos aspiran a vivir la fiesta con libertad y alegría o eso parece y la fiesta del toro se convierte en otra fiesta o al menos en otro modelo de fiesta.

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