Como nunca he sido muy vago en esta profesión de informar, lo habitual es dedicarse nueve meses a lo largo de muchos años a la actividad taurina en España y en Francia. Nueve meses de radio, de televisión, de periódico o revista, de tertulias y de conferencias, que un año llegaron a las ciento veinte. Esa intensidad tenía su cara oculta en los inviernos que aprovechaba para conocer el mundo más allá del “planeta de los toros”. Lo de América me llamaba regular. Incluso dije no en los últimos años de los ochenta y el inicio de los noventa. Pero todo cambió en 1991. El año que Rincón reventó Madrid con cuatro puertas grandes que todavía nadie ha superado. Cuatro salidas a hombros en una temporada en Las Ventas. Bestial. Y además César, cosas del destino, tenía parte de su tauromaquia, las distancias, el conocimiento del toro y más, del maestro Chenel. Porque Antonio fue su padrino de alternativa en Bogotá. Con un testigo de lujo: José María Manzanares.
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