La noche del lunes día 3 de febrero, a través de Movistar Toros, pude seguir la actuación de Enrique Ponce en la Monumental plaza de Insurgentes de México capital. Aquello fue la euritmia de la belleza del toreo, cuando se ejecuta según los cánones eternos y con un gusto exquisito que lo elevan a la máxima categoría de arte. El toro no era la fiera corrupia ni lo de Enrique fue un romance de valentía sino una lección magistral de lo que es el divino tesoro de la tauromaquia cuando quien la imparte está señalado por el dedo divino de la sapiencia, la armonía, la despaciosidad y el temple.
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