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Ponce y los colores de Sorolla

Otra vez Ponce. Otra vez el maestro. Otra exhibición de torería, de orgullo. En el toreo, arte cargado de valores, el orgullo y la responsabilidad son componentes clave. En realidad el orgullo es mío, el orgullo es de los valencianos. Nunca hubo torero con más responsabilidad que este Ponce veintiocho años después. El paseíllo de ayer era ejemplo para muchos. Pudo estar el maestro en la ofrenda ejerciendo de padre, disfrutando de su éxito y de su Valencia y eligió el reto de refrendar el triunfo memorable de la víspera. Otros con menos años, menos pasta, menos gloria y más camino por recorrer plegaron trastos, carretera y manta, y se fueron a administrar su gloria a otra parte. No digo que esté mal, cada cual es dueño de sus decisiones, solo que las diferencias son las diferencias y en este caso el maestro acudió al rescate de su feria, que temblaba entre bajas y sustituciones. Y una vez aquí, los grandes no vienen por venir, dibujó otra obra maestra. Una faena que transitó entre la ingeniería y el arte, obra pictórica propia de la paleta del gran Sorolla, con los matices que le diferencian de la vulgaridad mimética que traen los tiempos, lo de Ponce es de Ponce y se siente a la legua.

La tarde transcurría rara. En realidad bordeaba el abismo de la decepción. Un toro de Juan Pedro de esos que te hacen preguntar por qué volvió a esta plaza, al que Ponce le disimuló hasta donde fue posible su escaso carácter. Otro toro del mismo Juan Pedro, endeblón, que acabó de nuevo en los corrales sustituido por un sobrero más entero con el que Perera provocó un duelo de lo más desigual: el poderío del diestro contra la vaciedad del toro; un tercero más flojo, más anovillado que los anteriores, que también se fue para atrás… A esas alturas la tarde temblaba. El sobrero mejoró el panorama, a ese toro López Simón le hizo faena animosa, de más a menos, de tal manera que lo que empezó en un buen nivel languideció cuando quiso atacarle y le recortó las distancias. Una estocada al encuentro de rápidos efectos provocó la petición de oreja atendida por el presidente. La disparidad de criterios con el día anterior era clamorosa.

Ese era el ritmo temblón de la tarde hasta que apareció el toro cuarto. Ni mejor ni peor ni más presentado ni menos presentado que los anteriores, solo le diferenciaba la buena suerte, las manos que le iban a administrar. Ponce le dio los tiempos necesarios en una puesta en escena magnífica. Los paseos no eran alharacas ni ahogos, Ponce nunca se ahogó, en realidad nació nadando, los paseos del maestro eran la medicina necesaria para el toro, como lo fue el temple y la variedad, ahora la derecha, ahora la izquierda, ahora el paseo, ahora los derechazos mandones y obligados, ahora los naturales, para que se hable de la izquierda de Ponce, naturales ligados, largos, vaciados atrás, todo ello sin un tirón, sin enganchones, con la naturalidad más apabullante. Tal era el ritmo que el toro pareció creer y crecer y la faena fue cogiendo vuelo, un vuelo alado, una danza elegante, agarrada, era el romance del buen toreo y al mimo y la caricia le seguía la pasión del abrazo de un molinete muy enroscado o el golpe afectuoso de la trincherilla, y el ahora me cruzo o mejor que se cruce el toro… todo en colores, los colores de Sorolla, en este caso de Ponce mediterráneo y abierto a todas las culturas. El presidente se agarró al reglamento y le envió un aviso, ¡oiga, la hora!, en el toro pueden pasar esas cosas, que alguien se canse de ver torear como torearían los ángeles si los ángeles toreasen. No le importó a Ponce, que hizo oídos sordos, se dejó caer de rodillas en busca de la satisfacción propia, borracho de emociones para seguir toreando para él y para nosotros, para eso se había perdido la ofrenda con sus hijas. Remató la obra de una excelente estocada, otra asignatura aprobada, y naturalmente el presidente le concedió las dos orejas.

Su primera faena tuvo nivel y poco toro. López Simón, volvió a cortar una oreja del sexto, toro-torazo de casi seiscientos kilos que confirmaba la desigualdad del encierro. Lo consiguió por otra faena cargada de voluntarismo y buenos propósitos, no más, que acabaría franqueándole la puerta grande en la que acompañó a Ponce. Perera cumplió una buena tarde, mejor él que los toros, en realidad el bravo y el poderoso en sus duelos particulares fue Perera, que de no haber pinchado con reiteración al quinto le hubiese cortado la oreja. Una pena.

CRÓNICA PUBLICADA EN LAS PROVINCIAS EL 19/03/2018

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Ponce y los colores de Sorolla

José Luis Benlloch

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