Un director de un hotel me dijo una verdad. Para saber cómo se siente un cliente en una habitación, hay que ponerse en su lugar. Boca arriba en la cama: el techo lleno de manchas en soledad húmeda. Sentadito en la taza del váter: encaja mal o hace chop y salpica. La ducha: o te abrasas o te hielas. Las luces: a ver quién tiene cojones a hacerse con los botones de dónde se enciende y se apaga la que está allí en la esquina al lado de la cortina. Los espacios: que en recepción nos den espinilleras que no hay quien pase entre pared y cama sin dejarse parte de hueso y piel en la esquina de la cama. Qué esquinas. Cosas así. Y tiene razón. Por eso apliqué yo tal máxima al regreso de lo de Barcelona y me hice animalista. Me compré un cerdo.
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