Pena grande en el arranque ferial. Se acercaban las manecillas del reloj a las once de la noche y el optimismo se había puesto caro de… de narices. Eso, de narices. Lo único que se me ocurría para levantar el ánimo camino de la redacción (que a esas horas se me antojaba solitaria y presurosa, pendiente del sagrado cierre) era colgarme del palo más alto de aquel refrán que aseguraba que los gitanos no querían buenos principios para sus hijos. Si fuese cierto (que lógicamente no lo es, todos, calés y payos, queremos acabar bien y comenzar bien) nos encontraríamos ante una feria de… de eso, de narices. Y si sigo picando en los fondos del optimismo tengo que recurrir a las buenas formas y a la firme serenidad de Navalón, hay torero en ese Samuel, que, a pesar de todo, el todo fue un toro atrás y otro y un tercero que por los mismos motivos también debió irse de vuelta a los corrales, siguió empeñado en abrir la puerta grande que él mismo se había cerrado con un lamentable fallo a espadas en su primero al que hizo faena de categoría, más por la ídem propia que por la del novillo. Aun así, compró un billete de lujo para las próximas Fallas. Eso y la voluntad animosa de Nek y de Jarocho, voluntad que en los novilleros me dirán que debe venir de serie y que ellos, los dos, aliñaron con un buen concepto que les sigue dando crédito para que sigamos creyendo.
Habrá quedado claro que aquello de la pena grande con lo que he arrancado la crónica sucedió por mor o quizá fuese desamor de una novillada de poca casta o mejor sin casta ni carácter, pocas fuerzas, alguno sin ninguna fuerza, muchas puntas y nada que ver con lo que se supone que debe ser una novillada de lujo ni con la clase y toreabilidad de los orígenes de esa divisa. Pasado el ecuador del tercero, Navalón había pinchado la mentada excelente faena al mejor novillo de la tarde, todo se torció. No hubo merienda, no hubo la gloria que se le supone a una novillada postinera, no había luz en Valencia ni alegría (si acaso justo mosqueo) ni siquiera la generosidad de la que se acusaba a esta plaza, era como si no fuese Valencia, así que me reafirmo, pena grande a la espera de que aquel adagio fuese cierto y desde hoy mismo la cosa se venga arriba. O eso o me busquen otro refrán para levantarme el ánimo.
La tarde arrancó con un buen ambiente. Todo se suponía preparado para lanzar una hermosa historia de torería y competencia como predijo Bogart en Casablanca, pero ya saben el hombre propone (o no tanto) y el toro lo descompone. Eso es lo que pasó. El primero embistió rebrincado de salida, defecto que no le corrigieron ni los picadores y solo al final del trasteo Nek, que había arrancado a torear por abajo muy torero y compuesto, logró encauzar la descompuesta embestida en un toreo al natural de los que dan crédito, cuestión que valoró justamente el público. Mató de estocada defectuosa y ya se sabe que en el toreo sin espada no hay paraíso. Su segundo fue mucho más deslucido y por mucho que lo intentó, incluso demasiado, no encontró recompensa. Se llevó el lote menos propicio, nada propicio.
Jarocho, que venía con el aval de su triunfo en Madrid, no pudo reeditarlo en Valencia. Y no porque no lo intentase. A su primero lo lanceó con las manos bajas, reunión y temple. A ese manojo de lances solo le sobraron las voces. No queda bien en plaza importante semejante griterío. Le replicó Navalón con unas chicuelinas muy asentado, muy ajustado, de airoso vuelo de capote y planta erguida que dieron paso a la contra réplica de Jarocho, para entonces la tarde todavía seguía el buen guion. Banderilleó el matador con exposición y a la faena le faltó lo que debía poner el novillo, que, aunque noble y pasador, le restaba tensión al conjunto. Así fue hasta que atrapó de mala manera al matador, lo volteó, lo campaneó, le pudo partir en dos y todo se saldó con magulladuras y la alegría de que no fue nada para lo que pudo ser. Lo poco bueno que tenía el novillo se acabó allí. Su segundo no tuvo opción alguna.
Los lances a la verónica de Navalón al tercero, después de los faroles de rodillas, tuvieron empaque, templanza y categoría. Tan buenos que merecen que Nemesio, su apoderado, le regale un capote más presentable, más limpio. Luego con la muleta se mostró poderoso, fácil y cuajado. Preparado para dar el salto a empeños mayores. Eso sin faltarle las buenas maneras. Es torero hecho y se antoja torero fácil dentro de lo fácil que puede ser el toreo. Ya queda dicho que falló a espadas y el premio se redujo a una oreja. En el otro, tras tres viajes a la puerta de chiqueros, se encontró con el descalzaperros de los novillos flojos y se esfumaron mayores glorias. ¡Por favor, un refrán para el optimismo!