El Ateneo Mercantil de Valencia fue escenario el lunes de la presentación del libro "Ponce y Valencia, un romance de leyenda", que repasa los números del diestro de Chiva en el coso de Monleón a lo largo de sus 114 festejos, en los que cortó 122 orejas a las 252 reses lidiadas, abriendo en 38 ocasiones la puerta grande. El libro, editado por la Diputación de Valencia, está escrito por el periodista Ángel Berlanga y cuenta con imágenes fotográficas de Bascón, Litugo, Vigueras, Alberto de Jesús y los hermanos Mateo. En el acto estuvo presente el director del Centro de Asuntos Taurinos de la Diputación de Valencia, Toni Gázquez. El acto lo abrió Carmen de Rosa, presidenta del Ateneo Mercantil de Valencia.
Enrique Ponce recordó con afecto cómo con apenas seis o siete años acompañaba a sus abuelos a la plaza de Valencia, así como su debut en la becerrada del 4 de abril de 1982, en la que causó un alboroto: "Recuerdo que no estaba nervioso ante esta cita, pues era lo que yo quería y buscaba". La tarde clave de su carrera fue el 28 de julio de 1990, cuando mata seis toros por caerse del cartel sus compañeros, logrando abrir por primera vez la puerta grande de Valencia. Una sorpresa para los asistentes y el propio diestro fue la proyección de imágenes inéditas de esa tarde con el toro del triunfo. Se proyectaron también imágenes de una bella faena a un toro de Atanasio Fernández en 1993, así como de otra faena a un difícil y peligroso toro de Algarra en 1996, que dejó patente su valor y capacidad lidiadora.
También comentó los momentos duros vividos en una larga trayectoria como la suya, especialmente dos graves percances. La lesión de rodilla de 2019 y la grave cornada en la axila de 2014 en una tarde que el diestro recordó así: "Brindé al cielo por mi abuelo, era la primera vez que toreaba en Valencia tras su muerte. Tras cuajar el toro, al entrar a matar me prendió y en el suelo, al tapar mi cabeza, me corneó en la axila llegando la cornada al cuello, a milímetros de seccionar la yugular. De no haber perdido el toro las manos tras la estocada, si me zarandea, la cogida hubiera tenido consecuencias trágicas".
La espina que se lleva clavada de Valencia es no haber podido cortar el ansiado rabo: "He estado muy cerca en cuatro o cinco ocasiones, pero la espada me privó, incluso en la tarde de mi despedida". Precisamente de esa tarde, en la que se vio la emoción de la misma en imágenes, fue la tarde soñada de una despedida por cómo se volcó el público y cómo terminó el festejo.
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