Opinión

Prohibido prohibir

La decisión de Simón Casas de hacerse cargo de la carrera de Antonio Ferrera recuerda, salvando todas las distancias, al Mayo francés del 68, sin que el empresario galo tenga nada que ver con Daniel Colin Bendit, también conocido como “Dani el Rojo”, el que introdujo en aquel zipizape el célebre “prohibido prohibir”, que junto al no menos famoso “La imaginación al poder” de Paul Sartre, convirtieron una algarada cultural contra la mojigatería imperante, en una revolución que acoquinó al poder, que cuando ve las cosas revueltas pierde el oremus y recula diciendo que no hay que alarmarse, que todo tiene remedio. El caso es seguir cabalgando el borrico.

Ferrera, con una personalidad “sui generis” está sacando al toreo del encorsetamiento y el sopor en el que desde hace años dormitaba. En realidad desde que Juan Belmonte se adueñó de todos los terrenos de los toros y comenzó a pasárselos por la faja con los pies clavados en la arena, las innovaciones han sido escasas. Y lo que es peor, los exquisitos que van a la plaza, no a ver sino a que los vean, a todo aquel torero que no pone cara de palo y gesto de estar escocido o escalando los Alpes, e improvisa y hace cosas diferentes al sota, caballo y rey al uso, lo califican de “ratonero”, de “chufla” o de “chisgarabís”… En fin, poco menos que de torero cómico escapado del Empastre de Llapisera. Ese falso academicismo hace que los toreros se parezcan unos a otros como una docena de huevos en un cesto. Y en consecuencia, las caras de aburrimiento en los tendidos son un poema.

Por eso, si esto del Covid-19 remite y permite que el toreo siga su curso natural, será cosa de seguir de cerca la temporada de un torero como Ferrera, valiente, imaginativo y de gran creatividad, que se pasa por el forro todas las normas establecidas menos la de entretener, divertir y emocionar al público que ha pagado su entrada para ver algo diferente. Como decíamos al comienzo, con el concepto del torero, coincidente con el quehacer empresarial del apoderado, ambos verdaderos maestros de “la imaginación al poder” que convulsionó al París del 68, pueden acabar con el aburrimiento imperante en los tendidos en estos últimos tiempos.

El toreo, como todos los artes, cuando se encorseta en un exagerado academicismo, pierde espontaneidad y el chispazo de la originalidad brilla por su ausencia y se convierte en artesanía. De ahí que con los años, en vez de ir a menos, el extremeño haya ganado en interés para los espectadores de las plazas de España, Francia y América. Su facultad de improvisación, apoyada en un valor espartano, viene siendo la sensación de los últimos años en las ferias del ancho mundo taurino. Y ahora, dirigido por Casas puede ser un escándalo…

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Prohibido prohibir

Paco Mora

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