Cada día siento más envidia de la gran afición con que cuenta el fútbol. La apasionada admiración con que comentan los futboleros las galopadas de Ronaldo, acaben o no en gol, y los magistrales regates de Messi, aunque se le escape el chupinazo por la escuadra, contrasta con el enfurruñamiento que afecta a la afición taurina. Jugadas comentadas durante toda la semana, y esos campos llenos, así como las horas y horas que ocupa el deporte balompédico en radios, televisiones y periódicos especializados o no, poco tiene que ver con el acoquinamiento de los aficionados a los toros y con la escasa atención mediática de que goza la Fiesta Brava. El fútbol ha sabido muy bien cómo mantener y hacer crecer un espectáculo. Me invade la tristeza cuando comparo el ambiente futbolístico con el taurino.
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¡Qué afición más rara!
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