De repente la lengua de fuego del tórrido verano se toma una tregua en Santander y el paisaje se ha vuelto a sembrar de paraguas. Hacía meses que el agua tan buena para el campo y tan mala para las plazas en la ciudad, no daba muestras de su existencia. Pero llegó y le pegó un bocado a la taquilla en la tarde de los anarromero, que al final sólo lidió cuatro, con demasiado peso y lejos de aquellos que creaban tardes de ensueño a los toreros artistas en Granada. Aquí, quien no para de subir escalones es Manuel Escribano. A este no se le escapa una tarde ni una oportunidad. Ocho años en el campo de concentración de los tiesos, y una voluntad de hierro, le ha convertido en un tiro seguro. Además tiene valor y valor templado que es el caro. Y sabe torear. Y sabe cómo llegar al público. Y ya tiene otra plaza ganada en su mejor año.
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