Lo difícil es borrar el pasado. Cataluña, y en concreto Barcelona, fue la comunidad más taurina de este país. De largo. Más toros, más gente, más pasión, Balañá se quedaba corto con dos plazas llenas y alternativas: la Monumental (ahí está viendo pasar el tiempo, polvorienta y olvidada) y las Arenas, que ahora es como un supermercado hortera en el centro de la ciudad. ¿Cuándo se empezó a desmadrar aquella Cataluña? Hubo grandes errores. Se decía que para la gente pudiente “la pela” era su mayor religión. Y dos presidentes de este país, uno de derechas y otro de izquierdas, abrieron el camino, José María Aznar y Felipe González, al crecimiento de ese sueño de independencia. ¿Cómo? Pues pidiéndole al honorable y listo Jordi Pujol sus escaños a cambio de taparse los ojos y dejarle que hiciera lo que le diera la gana. Ahí despertó el demonio. Y se vinieron arriba, y se multiplicó la ensoñación de la independencia, porque no debe de ser mal negocio manejar la fuerza y el dinero de un país.
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