Jerez y el toreo lloran a Rafael de Paula, un torero besado por los duendes y parido en el barrio de Santiago de esta ciudad. Ha pasado a la historia porque el toreo es él, con su pellizco pausado y solitario. Un místico gitano. Cuando Paula torea, siente, dice, se remonta a un vuelo inmóvil y se deja el cuerpo olvidado. Como Juan Belmonte, que mandaba a su chófer para llevarlo al tentadero de Gómez Cardeña, Rafael torea como es.
Comentaba entre sus amigos Joselito el Gallo, torero por el que sentía una especial predilección Paula: "En el toreo se puede aprender de todo menos eso -refiriéndose al estilo-, porque eso es un don que cada uno trae al mundo y el que no lo trae, no será nunca torero de verdad". Rafael, un duende jerezano parido en la tierra, que en vez de alas se pone un traje de luces, con su sonrisa pérdida y la morenez inquietante.
El poeta de su alma, José Bergamín, en esa joya de la literatura taurina que es "La música callada del toreo", describe aquellas tardes inolvidable en la desaparecida plaza de Carabanchel, de esta forma: "He visto al que es, para mi gusto, extraordinario torero gitanísimo Rafael de Paula y en las dos tardes ha hecho y dicho el toreo admirablemente, con una finura y profundidad de estilos incomparables. En las dos pidió el torero que no tocase la música, mientras él toreaba", y sigue diciendo Bergamín: "Recuerdo que lo vi torear tan bien, que aún perdura en mi memoria la imagen vivísima de sus faenas de muleta".
Imposible olvidar en estos recuerdos a su suegro, el genial Bernardo, no hace falta decir sus apellidos y de apodo Carnicerito. Un sabio del toreo. Amigo íntimo de Juan Belmonte y banderillero de Manolote y Álvaro Domecq, entre otros. Desde el principio tuvo una fe ciega en Rafael. La vida es un suspiro sin retorno y que, acabada la corrida, enseguida viene la noche para lo bueno y para lo malo. La diferencia, en el caso de Paula, es que amanecerá siempre para Jerez y el mundo, con su misterio de bronce y dándole su media verónica al olvido.
Foto: Arjona
