Hacía tiempo que Victorino no echaba un toro que por guapo, sólo por guapo, debería haber regresado al campo. Un derroche de diseño genético. Por delante, sienes estrechas y palas recogidas, una mirada de noble y de bravo, y que, al caminar, visto de frente, enseñaba todo el lomo hasta verle la penca del rabo. De perfil, hecho casi cuesta abajo, con la cara arremangada, casi engatillado, que le da mejor perfil y más trapío que el veleto o cornipaso, que vistos de perfil pierden cara y, por tanto, trapío.
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