Cambio radical en la plaza. En menos de veinticuatro horas, cual si fuese cosa de las musas de Lope, pasamos de la calma a la tempestad, de la elegante moqueta en la que se exhibió Aguado y el mismo Morante la víspera, a la arena brava en la que se batieron el cobre Roca y también Manzanares que como los grandes, sin abandonar las formas propias, aguantó el reto del valor. Fue un venir de la brisa para gozar de la tormenta, pasar de los violines a una tremenda tamborrada al estilo de las que suenan estos días en las calles valencianas que hacía levitar a la parroquia en cuanto arreciaba el ritmo. También eso es toreo, diría más, es toreo necesario y urgente si queremos ganar adeptos, así que prohibidos los remilgos.
Roca Rey fue el guerrero vencedor, el héroe dispuesto a inmolarse en el altar de los cuatro vientos en el que estaba convertida la plaza cuando se dirigió a su bravo/bravísimo primero
Y como complemento obligado para alcanzar la categoría de gran espectáculo en que deviene una buena tarde de toros, en veinticuatro horas pasamos de un concierto de mansedumbre a una exhibición de bravura en todos los matices y versiones en la que se muestra la bravura, por cierto, ninguna de ellas aburrida. Todos los victorianos tuvieron movilidad y carácter, y presentaron retos que superar: el noble y bravo como el tercero porque había que estar a la altura; el primero porque no se salía de la muleta; el segundo porque quería más que podía tras dos tremendas volteretas; en el buen quinto porque el viento molestaba más que nunca y no se hacía fácil su buen gobierno; el sexto, abanto y suelto, un tío muy armado, al que de primeras le afectaban las luces, porque había que amarrarlo en sus huidas; y el cuarto porque se lo pensaba mucho antes de acometer. Todos fueron toros para apostar. Un gustazo, cuando tanto se habla del riesgo de la monotonía y la globalización, llegan tardes como la de ayer para poner las cosas en su sitio y recordar los porqués y los secretos de la emoción. Ante la corrida de Victoriano había que pensar soluciones, había que apostar, nada surgía fácil y siempre quedaba espacio para la sorpresa: la salida arrebatada de Manzanares con la capa en sus dos toros es un ejemplo; aquel pase de pecho de Roca, enganchando el toro por la espalda para vaciarlo, qué digo por el hombro contrario, por donde mismamente lo había cogido, fue un calambrazo que puso los tendidos en pie, fue otro ejemplo. Ya se sabe y no se puede olvidar, que en la variedad está la riqueza.
UN TRUENO
En ese panorama, plaza llena pese a la climatología, público apasionado, el viento como maldito protagonista, Roca Rey fue una vez más el guerrero vencedor, el héroe dispuesto a inmolarse en el altar de los cuatro vientos en el que estaba convertida la plaza cuando se dirigió a su bravo/bravísimo primero. Esa fue la sensación que produjo cuando le aguantó impávido en los medios. A tomar viento el viento. El tío se quedó allí mismamente, plantado, agarrado al suelo mientras el de Victoriano pasaba como un expreso y volvía a pasar y él le volvía a esperar de la misma guisa. Esas son las cosas que hacen que un torero acabe pareciendo un ser superior, porque hace lo que otros no son/somos capaces de hacer. Luego vinieron las series ligadas -¡Dios qué importante es ligar si quieres emocionar!-, la muleta rastrera, el pase de pecho que les refería, la derecha, la izquierda, el viento que lo convertía todo en una ruleta rusa para mayor trago, la estocada con desvío, eso debió pasar y el fallo con el maldito descabello que se repitió en el sexto como si no hubiese en el equipo un auténtico maestro de la cruceta que le mostrase el secreto pero en tarde de tanto sobresalto todo es posible, hasta perder una puerta grande por suerte tan poco torera.
El arranque de faena de Manzanares al quinto fue un monumento. Firmeza, reunión, mando, el pecho acompañando las embestidas, la línea recta rota y naturalmente la plaza en pie
Su segunda faena fue otra apuesta a todo o nada. Si la primera se escenificó en los medios, esta tuvo que ser donde la condición huidiza del toro imponía y allí le robó naturales, se embraguetó con la derecha hasta exprimirlo y finalmente en terrenos muy damasistas lo encimó, le puso el pecho y los muslos sobre los pitones y los tendidos volvieron a rugir, con el mismo desenlace final.
RESPONDÓN MANZANARES
En ese ambiente Manzanares no entregó las armas en ningún momento, al fin y al cabo estaba en su corral, encaró las rachas de viento con el mayor riesgo y serenidad, logró afianzar a su tambaleante primero hasta redondearle series diestras de mucha ligazón y mando. Hubo un trincherazo, arrancado del alma, que tuvo los aires del gran Silverio, aquel azteca y español, este alicantino y muy español, pero donde se creció definitivamente fue en el quinto. En uno y otro toreó a la verónica con arrebato y el arranque de faena a ese quinto fue un monumento. Firmeza, reunión, mando, el pecho acompañando las embestidas, la línea recta rota y naturalmente la plaza en pie. La faena tuvo otro momento cumbre, cuando el toro se le arrancó justo cuando la muleta volaba y no hubo la menor rectificación, otra cuestión que diferencia a los grandes de los ciudadanos de a pie, una muestra de lo que es el valor sereno y sin alharacas a diferencia de los arranques de coraje. Luego llegaron las series ligadas, los pases de pecho al hombro contrario puro alicantismo y los cites rondeños del pecho por delante y las plantas agarradas al suelo. Era el Manzanares esperado al que esta vez le traicionó su fuerte, la espada.
No tuvo su tarde Diego Urdiales, no le sientan bien los aires de esta tierra, una pena. No quiero olvidar, los tengo metidos en la memoria, los pares de El Víctor, de Mambrú, de Chacón y de Duarte, que además cuajó una excelente brega en toros que se les venían fuertes, ni a José Manuel Quinta, que picó con agallas y estilo al bravo tercero. Lo dicho, tras la calma torera del jueves el trueno del viernes. No es malo, en sociedad tan bipolarizada como la actual el toreo está obligado a transitar por los dos bandos. Todo es toreo, el fuego y la calma, y luego que cada cual elija.