Petro, que políticamente en paz descanse, decidió como todos los dictadores que se cargaba porque sí una tradición, una historia, un ejemplo y categoría de la plaza, posiblemente la más seria de toda la América torera. La Santamaría de Bogotá permaneció sellada y violada en su destino porque un ex guerrillero, populista, negado como alcalde para una ciudad que empeoró a su aspecto y en su fondo, le salió, justo de ahí, de donde salen las estupideces de los dictadores, cargarse la Fiesta de los toros. Porque sí. Cinco años de ayuno y soledad, cinco años que no han podido apagar la llama de una de las mejores aficiones del mundo. Una plaza cuajada de respeto y de gente del pueblo, de gente notable, de famosos, de intelectuales, todos juntos por una pasión.
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