Los “sanfermines” de este año han marcado la pauta para que la fiesta de los toros recupere la emoción y el respeto que no debería haber perdido nunca. Ha habido variedad de hierros, no de encastes porque de uno -Vistahermosa- dimana toda la cabaña de bravo excepto Miura, que es lo único que sobrevive de Cabrera. La realidad es que como fruto de la alquimia ganadera algunos hierros tienen un sello propio que los diferencia de los demás, de tal manera que adquieren carácter de encastes. Esa profusión de hierros ha estado presente en Pamplona, bajo el denominador común de un trapío inusual en las demás plazas de España y unas arboladuras impresionantes. Incluso las ganaderías preferidas por las figuras han estado más cerca de los seiscientos kilos que de los quinientos, y con mucha leña por delante. Han embestido muchos toros, lo que ha permitido cuatro salidas a hombros y el éxito de varios toreros más, entre la emoción de un público, que, siendo el mismo, este año ha parecido más taurino que nunca.
