Dos maestros, Manzanares y Roca, que disfrutaron e hicieron disfrutar en Villena; un chico cargado de sueños, Alfredo Bernabéu, al que se le vio disfrutar en unos momentos y en otros se entendía que menos; seis toros de Victoriano del Río, de excelente presentación, el lote al completo tuvo clase, bravura y los poderes justos. Todo ello ante un público entusiasta y un pueblo en fiestas. Con esos ingredientes cualquiera no disfruta. Fue acomodarse el público y comenzar la fiesta. Cinco años de entusiasmos contenidos, los que tuvieron secuestrada los intolerantes tan bonita plaza, se desbordaron desde el primer momento. Lleno en los tendidos, preámbulos festivos con el desfile musical previo y euforia total. Mientras, en la calle, medio centenar de manifestantes de bocata y jornal vociferaban frustración. Seguramente habrán lampado alguna esquina mediática de quienes eligen la extravagancia a la realidad obviando lo evidente, pero la noticia, no cabe duda, estaba dentro. Los más de tres mil personas que abarrotaban el interior del coso, disfrutaron en tiempos en los que el disfrute se vende caro y de paso les dieron una lección de convivencia en un elegante pase del desprecio. ¡Ni caso! a los insultos y provocaciones.
Las cuadrillas y el público puesto en pie guardaron un respetuoso silencio para escuchar el himno nacional, que fue acogido con una fuerte ovación final. Emperador se llamaba el toro que rompía la abstinencia taurina y con el que tomó la alternativa el alicantino Bernabéu. Templado el toro de salida y templado el torero al que no parecían afectarle los nervios propios de un toricantano. Lo que le faltó de fuerzas al toro le sobraba de clase. Ideal para la ocasión, más que un toro fue un amigo y el torero se mostró muy solvente, con temple y gusto, nadie diría que era su primera corrida. Pena grande que lo emborronase todo con la espada. Con el sexto gran toro que resistió a una deficiente lidia, a Bernabéu ya se lo notaron las costuras de su poco oficio. Le concedieron una oreja que no le debe llevar a engaño.
Manzanares se las vio de primeras con un toro cuajado propio de plaza de más entidad al que recibió a la verónica con templanza. Faena a más, de perfecta geometría, equilibrada, con la izquierda y con derecha, nada hubo de más ni nada se echó a faltar. Lo justo, ni un tirón ni una prisa, el dominio de las pausas como parte de la técnica lidiadora. Lo despachó de un pinchazo y un soberbio volapié y le concedieron una oreja. Al cuarto, que no tuvo la misma clase que sus hermanos pero si más entereza, le cuajó otra faena a más en la que toro y torero se exigieron en el tramo final hasta enganchar con fuerza a la audiencia. Media estocada de exacta colocación y fulminantes efectos. Dos orejas.
El tercero fue un dije, precioso, de mucha templanza, agradable encornadura y mucho humillar. Lo mimó Roca de salida en mecidas verónicas rematadas en los mismísimos medios. Un picotazo y un quite por elegantes gaoneras dieron paso a un arranque de faena vertical y templado y a partir de ahí más mimo y más templanza. Fue un victoriano para dibujar el toreo y Roca lo dibujó. Los efectos especiales del final, el molinete, el arrimón, el dominio total de la escena y la mirada cómplice con los tendidos provocaron el delirio. Gran volapie y público desatado. Dos orejas.
El quinto, otro victoriano con cuajo y explosiva salida, aflojó tras un puyazo sin perder su buena condición y lo aprovechó el peruano en una faena de trazo largo y absoluta entrega. Hubo momentos de mucha profundidad, esta vez sin efectos especiales. No importó, más mérito. Gran estocada. En un encuentro muy suyo en el que la mano izquierda abre paso y la derecha culmina. Estoconazo. Otras dos orejas. Y el final feliz, Manzanares y Roca a hombros. Se cumplió la la ley, volvieron los toros (y la libertad) a Villena.
