Como los generales que han hecho historia, los grandes toreros no mueren, se desvanecen. Aníbal, Marco Antonio, MacArthur, Eisenhower y otros muchos pasaron a las páginas de la historia...
Como los generales que han hecho historia, los grandes toreros no mueren, se desvanecen. Aníbal, Marco Antonio, MacArthur, Eisenhower y otros muchos pasaron a las páginas de la historia con mayúsculas y en ellas continúan vivos. Sus gestas guerreras son inmortales. Con el paso por los ruedos de los toreros importantes ocurre algo similar. Cuando ya no quedemos ni uno solo de quienes nos fue dado contemplar sus mejores faenas, bastará con recurrir a la historia del toreo para revivirlas.
Ha muerto Abelardo Vergara. Se me ha desvanecido un amigo. Un torero pequeño de estatura pero grande de corazón. Aquel albaceteño, nacido en la barriada de Sarrià de Barcelona por mor del destino de su padre, que era funcionario del Estado, fue uno de los toreros más interesantes de los años sesenta. Se midió nada menos que con Luis Miguel Dominguín, Antonio Ordóñez y con toda la pléyade de grandes toreros de aquellos tiempos, y muchas tardes les habló de tú con su capote y su muleta. Y fue primus ínter pares en varias ocasiones. Y gozó de las mieles del triunfo. Era un torero hábil e inteligente, impregnado su quehacer de cierta gracia personal.
Llegó a Barcelona de novillero en los tiempos del patriarca de los Balañá. Fue uno de los toreros de aquella época, que gozó de mayor aprecio por parte del fundador de la saga empresarial taurina más importante del siglo XX. Chamaco y el mexicano José Ramón Tirado partían el bacalao por aquel entonces en La Monumental y en Las Arenas, pero Vergara fue el tercero en discordia y en muchas ocasiones el primero. Fue un ídolo de la capital de Cataluña, cuando en sus plazas se celebraban más espectáculos que en ningún otro lugar del universo taurino. Me honré con su amistad, porque Abelardo era un hombre bueno, entrañable y poco dado a la controversia. Uno de esos raros casos en este país de locuaces, de hombres a cuyo lado se puede estar horas en silencio, pero disfrutando de su amistad. Ahora se ha ido, pero en mi corazón permanece…
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Se ha desvanecido un torero
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