El toreo no está como para confiar su futuro a la posibilidad de que algún día, dentro de otros veinte años les embista un toro por abajo y con temple y casta a los hijos de don Eduardo.
Seis tigres mansos con cuernos han puesto fin a los Sanfermines de este año. Descastados, desfondados y gazapones, topando más que embistiendo y tirando hachazos a troche y moche, los de Miura han sido arquetípicos de lo que no debe ser el toro de lidia. Rafaelillo ha necesitado realizar un alarde de profesionalidad y experiencia de lo que es el ganado de Zahariche, para salir por su pie de la plaza de Pamplona. Una gran estocada y ese saber estar con semejantes especímenes bicornes le ha valido el respeto de los navarros y una clamorosa vuelta al ruedo. Con dos de tan singulares ejemplares ha estado Castaño hecho un tejón y sus banderilleros, Adalid y Sánchez, también se han jugado el tipo, sin recompensa.
El milagro ha sido para Jiménez Fortes, que le ha cortado una oreja a uno de esos energúmenos al precio de jugarse la vida a carta cabal. Dos tremendas volteretas, seguro que le harán dar muchas vueltas esta noche en la cama, acordándose de la bien ganada leyenda negra de los toros de Miura. Si ese es el toro que desean los toristas para regenerar la Fiesta estamos aviados. Si, ya sé que en Sevilla embistieron varios de esa ganadería. Y que dentro de veinte años los que vivan, todavía se acordarán de tan fausta efeméride. Pero el toreo no está como para confiar su futuro a la posibilidad de que algún día, dentro de otros veinte años les embista un toro por abajo y con temple y casta a los hijos de don Eduardo.