El Domingo de Resurrección es fiesta taurina de guardar. Digan de precepto obligatorio. Pasadas las Fallas, la Pascua es la otra gran puerta de la temporada. El paso del invierno a la primavera. De los idus de Marzo como decía Santiago Celestino en Aplausos para centrar el ya memorable 13M y su octava fallera -ya saben que todos los santos y más aún las ferias tienen su octava y hasta su novena- a los idos de abril que se nos avecinan con la Sevilla de la paz y de Ramón Valencia al fondo. En tan señalada solemnidad, Domingo de Resurrección, las grandes catedrales del toreo se abren al culto y hasta rivalizan en sus liturgias, Sevilla como seo principal, también Madrid y Arles… celebraron oficios. No se dieron mal. En Arles siguieron al pie de la letra el guión de la temporada y se batieron el cobre los nuevos y los veteranos; en Madrid ¡ay Madrid, qué difícil es Madrid! las crónicas hablan más de decisión que de frutos y finalmente en Sevilla se oficializó la normalidad. Hubo paz, plaza llena, una excelente acogida a los no hace tanto disidentes, así que los sacaron al tercio a saludar, pajillas a la mar, y al final pasó menos de lo que todos deseábamos que pasase. Una corrida poco sevillana, muy presentada pero deslucida.
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