Sevilla y Madrid. Madrid y Sevilla. Cumbres del fin de semana. Cuando la temporada languidecía un tanto mohína, más dura que brillante, se presentaron los dos grandes puertos. Esta vez coronados con éxito. Ha sido una buena noticia, mejor que buena diría, porque no siempre los finales de temporada tenían ese umbral de expectación. Revitalizarlas, a San Miguel y Otoño, tal y como anda la cosa ahí fuera, era clave y se logró. Lo contrario, cuando ha sucedido, deja una sensación de orfandad que acompaña todo el invierno. Por esta vez y felizmente, ninguna de las dos tuvo nada que envidiar a sus hermanas mayores de abril y mayo. El éxito es un ejemplo de lo que puede suceder cuando el empeño y la imaginación se dan la mano. Y se logró, insisto. Plazas llenas, en algunos casos llenísimas, que en estos momentos es el principal y más perseguido objetivo. Hay lleno, hay vida, naturalmente siempre que no venga nadie y lo desbarate, que a punto estuvimos. El caso es que tantos años las figuras dándole la espalda a las ferias zagueras por vaya usted a saber qué motivos más allá de la comodidad o la fatiga o las estrategias personales, por fin este año coincidieron los buenos astros y ¡zas! un alegrón.
Si hubiese habido que poner dos carteles que resumiesen los argumentos principales antes de comenzar, con perdón al resto, habría que decir Morante y Talavante o Talavante y Morante. Ellos eran los argumentos principales. Ellos, el bombo, no le quitemos importancia al bombo -a Simón lo que es de Simón-, los escenarios, la compañía, no hay que desmerecer tampoco a la compañía, a los consagrados y a los aspirantes. Luego en Madrid, de los que no se esperaba protagonismo alguno, fundamentalmente porque su anonimato es el mejor síntoma, salieron por peteneras. Me refiero a los usía, que a las primeras de cambio, zurrapas. Si su presencia se supone y se justifica en la defensa de los protagonistas, de unos y de otros, de aficionados y profesionales, no se acaban de entender decisiones como la de mantener en el ruedo el renqueante segundo toro de Talavante si me permiten la cacofonía. ¿A quién favorecía la decisión?... a nadie. Creaba mal ambiente, frustraba el argumento de la tarde, transmitía una mala imagen del espectáculo, fastidiaba el ambiente para los espectáculos siguientes, quiero decir que quitaba las ganas de volver… Pero el hombre se empeñó en mantener al renqueante en la plaza para mayor escarnio de todo y de todos, como si en el cambio fuese la esencia de la Fiesta y el honor de no se sabe quién, y todo se convirtió en una pantomima sin esencia ni honor. ¿A quién defendía?... Un timo. Luego su gestualidad en el siguiente: Un momento, paciencia, que lo tengo que ver… fue además de cómico, injusto, en realidad volvió a equivocarse. ¡Qué pena!
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