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Si no existiera San Isidro…

La feria de San Isidro, esos treinta y cuatro días de toros, ese casi millón de personas, ese eco nacional e internacional, ese examen, esa criba, esos triunfos, esos fracasos, ese desfile de ganaderías, esos bravos, esos menos, esos éxitos, esos disgustos, esa plaza llena, esa exigencia, ese parlamento taurino y de vida en donde caben todos los sueños y todas las ideas y todos los gustos y todas las fobias, ese parlamento abierto, tanto o más democrático que el de los políticos, en el que conviven los más ricos con los más tiesos, los más de derechas con los más de izquierdas, los del centro y los de la periferia. Esa plaza, ese parlamento, ese país retratado en 24.000 ciudadanos y ahora hay que añadir ciudadanas, esa asociación diaria, es la madre de todo, de la diversidad, de la grandeza de la Fiesta y también de su futuro. Si la feria de San Isidro no existiera, tal y como están las cosas a día de hoy, te juro que la podrían desmantelar con la ola antitaurina y política en cuatro días.

Ese parlamento, ese país retratado en 24.000 ciudadanos, esa asociación diaria, es la madre de todo, de la diversidad, de la grandeza de la Fiesta y también de su futuro. Gracias a esta feria hay toreros que suben y otros que bajan, pero ese movimiento es vida y alimenta al resto de plazas porque el eco de Madrid es internacional

Naturalmente la grandeza y fuerza de San Isidro, de esta feria, cuenta con la convivencia y multiplicidad de las ferias de Sevilla, Valencia, Pamplona, Bilbao, Zaragoza y todo lo demás. Pero si San Isidro no exisitiera, la Fiesta estaría a merced de los vientos contrarios y se romperían muchas cosas. Una: la universalidad de esta feria; dos: el que gracias a ella haya toreros que suban y otros que bajen, por tanto, ese movimiento es vida y futuro. Y esa vida y futuro alimenta a las plazas de segunda y de tercera porque el eco de Madrid es internacional.

LA IMPAGABLE IDEA DE LA ISIDRADA DE LIVINIO STUYCK

Y todo empezó en el reinado de un argentino españolizado llamado José María Jardón y los socios que le ayudaron a formar un capital de siete millones y medio que en los años veinte del siglo pasado debía ser una pasta. Ese era el capital social. Y el otro azar positivo fue que Jardón le quitara a Santiago Bernabéu (que también lo deseaba) a un gerente de origen belga llamado Livinio Stuyck. Él tuvo la idea de que Madrid no fuera solo una plaza de temporada y creó la feria de San Isidro en 1947. La primera corrida de la feria tuvo lugar el 15 de mayo de 1947 con Rafael Ortega “Gallito”, Manuel Álvarez “Andaluz” y Antonio Bienvenida. Pepín fue el triunfador, ojo, con dos vueltas al ruedo. La primera oreja la cortó en 1948 Manuel Álvarez “Andaluz”. La primera oreja de los sanisidros.

Ahí se gestó la feria que sustenta todas las ferias, la más grande, la que más da y la que más quita, la que solo la ínclita Carmena hace que no se entera de que durante un mes largo, 34 días, Madrid se enriquece y la Fiesta también con el movimiento de aficionados.

Jardón, el argentino, tuvo visión. Lo acertó. Livinio, el belga, impagable su idea de la isidrada. Pero la trayectoria taurina de Jardón no fue ejemplar para la Fiesta. Llevó Valencia, bueno, Gijón, San Sebastián, Colmenar, etc. Pero hay algunos datos que le convirtieron en un taurino no ejemplar. Ahí está la muerte de El Chofre, la plaza de San Sebastián. Se la quitó, con raras artes, a don Pablo Chopera, cuya casa familiar estaba muy cerca de aquel monte en donde lucía el taurinísimo Chofre. Pero lo peor es que Jardón le dio la puñalada más fea a la Fiesta en aquellos años. Convenció, con prebendas millonarias, a alguien del Ayuntamiento de San Sebastián para tirar la plaza y montar el súper negocio de vender los terrenos para edificaciones. Dicen que pagó 20 millones al que firmó el dislate. Cuentan que se llevó seiscientos millones por la venta el tal Jardón.

Y hecha la putada, no tuvo valor para presenciar la última feria. Yo estaba allí, José Luis, con Cerdá de fotógrafo, Pepe Cerdá, tan querido, tan valenciano, tan buen fotógrafo. Pepe Cerdá, que toreó en París de novillero, en un recinto deportivo habilitado para torear. Yo estaba allí y Jardón cogió los 600 kilos de entonces y se fue, ¿sabes dónde?, a Venecia, allí, contando el dinero, disfrutó de la última feria del Chofre. En Venecia, donde Visconti filmó “Muerte en Venecia”. Así titulé yo la crónica de la última feria del Chofre.

LA FINCA “LAS CUARENTA” DEL MAESTRO ORDÓÑEZ EN CARMONA

Pero con personajes tan dispares. Me quedo con don Livinio, que sin ser ni taurino ni español, fue un buen gestor y levantó la categoría de Madrid e inventó la feria de San Isidro en buena hora. Es curioso porque en los diarios de aquellos años de la inauguración se recogía el eco de muchos aficionados que no les gustaba que Madrid tuviera una feria, que eso de las ferias, decían, es cosa de los pueblos. Pues Livinio acertó. Jardón, el empresario, nunca fue un buen aficionado. Solo bebía los vientos por Antonio Ordóñez, al que le firmó 40 corridas a un precio muy por encima del mercado. Era su debilidad. El maestro de Ronda compró con ese dinero en los bajos de Carmona un fincón que se llamaba justo eso: “Las cuarenta”.

Esta es la historia o, mejor, el esbozo de la historia de la feria de San Isidro, que algún día se contará con más detalle. Pero ya ven cómo es la vida. Y así nació. Afortunadamente. ¿Qué sería de la Fiesta si no existiera San Isidro?…

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Si no existiera San Isidro…

Manolo Molés

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