En la fiesta de los toros son muy importantes muchas cosas. Que la gente pase por taquilla y vaya a la plaza, no solo los días de las figuras, también los días que te guste una ganadería o un chaval que todavía no se ha podido comprar un coche. La fiesta de los toros tiene muchos rincones para escribir un libro cada mes. Pero lo que más me emociona, con respeto para todos los demás, es el duro y caro papel del ganadero. Eso debe de ser lo más trabajoso y lo más rentable. Salvo alguna excepción.
No debe de ser fácil, y desde luego no es barato, criar una ganadería. Y encima que la vendas bien, que los toros den juego, que el público se vaya contento del espectáculo.
Los toreros se juegan todo: la gloria, el fracaso y lo peor, pasar desapercibidos. Un torero es héroe siempre, gane o pierda. Ese rosario de cornadas no tiene precio, tiene dolor y valor.
Según la Unión de Criadores de Toros de Lidia hay, nada más y nada menos (salvo alguno que se haya bajado) 395 ganaderías de bravo. Un número altísimo. Y bueno para unos pocos y ruina para unos muchos.
Claro que el torero es clave, los subalternos necesarios y los picadores, aguerridos. Pero tal y como está el patio, no nos engañemos, el que es totalmente necesario para que haya fiesta es el ganadero. 395 héroes. Sin ellos no habría nada, ni toros en el ruedo, ni en la calle, ni nada. Yo pido un homenaje sincero y real a los ganaderos. Sin balón no hay fútbol.
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Su majestad el toro
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