A partir de ahora, cuando se hable de toreros, algunos podremos decir: “Yo vi la faena del Fino en Lisboa”. Y acompañar en su sentimiento a los que no hayan tenido esa suerte. No se puede condenar al ostracismo a toreros de su magnitud.
Me he esperado unos días. No quería echar las campanas al vuelo, después de ver el vídeo de la actuación de Finito de Córdoba en Lisboa. Pero cuando me entero de que ya está puesto en una corrida de toros de la capital del fado -Rui Bento sabe lo que hace- creo que es el momento de cantar una de las faenas más bellas y de mayor calidad que he visto en mi ya larga vida de aficionado. Desde que se abrió de capa con el novillo –era un festival- hasta que simuló la suerte de matar, el sexto Califa “in pectore” firmó la faena mas armónica y artística que se recuerda en la plaza lisboeta. Aquello fue un clamor. Para torear así hay que ser un elegido de los dioses.
Que un torero de ese calibre no esté puesto en las mejores ferias del ciclo taurino del año, es sencillamente una injusticia reveladora de por qué está el toreo en horas tan bajas. Ya sé, ya sé que El Fino no está todos los días a ese nivel. Si lo estuviera, los demás toreros tendrían que dedicarse a la cría del gusano de la seda. Esa corriente eléctrica que recorrió los tendidos y la médula espinal de todos los que presenciamos “in situ” o desde la pantalla televisiva el milagro de arte, enjundia y torería de Finito de Córdoba en Lisboa, sabemos, y sobre todo sentimos, que es algo tan extraordinario que hay que administrarlo en pequeñas dosis.
Al Fino de Córdoba y todos los de su estirpe que en el mundo han sido hay que saber esperarlos, porque cuando se produce la eclosión queda para el recuerdo de manera imperecedera. Todos los días caviar sería intolerable para cualquier estómago, y la tortilla de patatas también tiene su importancia en todas las cocinas. No se puede condenar al ostracismo a toreros de la magnitud de Juan Serrano Pineda, entre otras cosas porque para realizar su auténtica obra de arte necesitan el toro, el día y el momento. Y cuando se concatenan esas tres circunstancias, el estallido vale realmente la pena y pasa a la memoria colectiva con la célebre frase de “yo estaba allí”. Sucedió en Lisboa, la antigua y señorial capital del vecino Portugal de los fados de Amalia Rodríguez. A partir de ahora, cuando se hable de toreros, algunos podremos decir: “Yo vi la faena del Fino en Lisboa”. Y acompañar en su sentimiento a los que no hayan tenido esa suerte. Y ahora vendrán los detractores de siempre con su “es que este es muy del Fino”. Benditos sean, porque lo terrible sería que dijeran que a uno el gran torero cordobés le deja indiferente. Y no es eso, sino todo lo contrario.
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