Mucho calor, buen toreo, pocas espadas y grandes broncas en tarde polémica
Tarde de artistas sin espada. Un dolor, una pena. Seis toros hubo que pasaportar para ver una estocada de ley. Sucedió en el que cerraba plaza cuando ya era innecesario. Hasta ese momento los artistas parecían profesar una extraña objeción de conciencia en quienes se llaman matadores de toros. Tan mal se puso la cosa que al acabar la función, bien pasadas las diez y media, la afición maldecía una tarde en la que hubo pasajes deliciosos de excelente toreo, tan excelente que por momentos hasta nos olvidamos del calor sofocante que todo lo derretía, incluido, supongo, el ánimo estoqueador. Era empuñar la espada y adiós. ¡Uf! Debió ser eso, la caló.
Lo mejor de tan extraña función lo firmó Talavante, que en el tercero reeditó el natural infinito de Sevilla, aquel muletazo sorpresa que le lanzó a la fama. Un derechazo con cambio de mano por la espalda que nunca acababa. El Tala, como le llaman los más partidarios, hizo eso y mucho más. El arranque genuflexo al toro tercero por ejemplo, fue un monumento a la templanza. Serenidad, quietud, muñeca mandona, imperturbable el gesto, confianza en sí mismo y los riñones metidos cual si estuviese de pie, el mentón hundido y una consecuencia inmediata, la excitación pública. La gente se puso de los nervios. ¡Eso es torear!. Eso lo entiende todo el mundo. Luego, ya de pie, esa faena tuvo creatividad, inventiva más bien, y mucha templanza, mucha. La misma que ya había sacado a pasear en los lances de recibo. Sucedió en el burraco tercero, buen toro, al que el extremeño hizo filigranas con el capote y lució poniendo de lejos. En ese toro al usía, versus presidente, le dio un ataque de aficionado y ordenó que entrase por tercera vez al caballo. Teniendo en cuenta que ya había entrado las dos reglamentarias hay que pensar que el tal usía se siente más conocedor del toreo que el propio matador. Aprovechado que es el hombre. Felizmente la cosa no pasó de un simulacro, pura egolatría presidencial y el toro llegó pronto y franco a la muleta para que Talavante se expresase con apasionada naturalidad.
La tarde era puro fuego desde que comenzó. Para bien y para mal. Fuego por todas partes. Fuego pasional en los artistas, que mostraron la cara y la cruz, lo bueno y lo malo de sus tauromaquias. Fuego desolador en la taquilla, un incendio grande de consecuencias incalculables es lo que fue. Una entrada tan pobre ni lo merecía el cartel ni ayuda al futuro. Por si eran pocos los que andan jodiendo el toreo, el termómetro del verano juliano se encabritó de tal manera que convertía el camino de la plaza en una travesía para héroes. Peor que el peor de los anti o que éste partido político o aquél otro. El calor se lanzó ayer sobre la plaza y de rebote contra la taquilla y no hubo leyenda ni reclamo que les convenciese a los aficionados de acudir al cartel del arte.
Fino es un torero singular. Una forma de sentir, de ser, de estar, un esteta encerrado en su mundo donde no hay orejas ni prisas, mi vecino de localidad decía que tampoco vergüenza y tenía razón, al menos su razón. Ayer le inflaron a avisos, en su segundo escuchó hasta tres cuando el toro ya había doblado lo que no le exime un ápice de responsabilidad. En su primero estuvo deslumbrante con la derecha, feble con la zurda, pitón por donde el toro reponía y no le dejaba estar a gusto, muy creativo en los remates y desvanecido con la espada. Fue de lo sublime a lo preocupante como aviso de lo que se avecinaba en el cuarto. Felizmente para él, el disgusto del público duró nada como muestra de aprecio a su historia y a su estilo. A su segundo le salió toreando por finuras, eso que hace él y pocos más, en realidad nadie y si en el primero no se acopló con la zurda en este surgió la magia a izquierdas, el bipartidismo artístico diríamos. La altura y la distancia exacta, las muñecas como arma de mando, la técnica al servicio del arte y en esas estábamos cuando alargaba y alargaba el trasteo supongo que intentando aplazar el calvario que se le avecinaba. Entró a matar sin ganas y cuando más pinchaba más le atacaba una especie de abulia estoqueadora. Se lió parda, digamos que a la altura de las grandes broncas de los viejos artistas de su especie. Los fieles aguantaban el chaparrón, los otros subían el diapasón de pitos e improperios. Los artistas tienen esas cosas.
Morante disimuló el trapío anovillado de su primero con su mera presencia. Estaban protestando el toro y fue aparecer el sevillano, privilegios de genio y ya no hubo ojos para nada que no fuesen sus gestos y sus guiños. No le gustó el toro tampoco a él. Lo tiró deliberadamente al suelo a la salida de un puyazo y hacía gestos de desaprobación. Era evidente que no le gustaba pero como la mente de los genios es inescrutable le afloró la responsabilidad y acabó empeñándose en torearle y como a torear no le gana nadie le hizo cosas de categoría a un toro incómodo. Porque en su disculpa hay que decir que el toro de anovillado trapío sacó genio e incomodidad. Lo mató de un bajonazo que intentó disimular llevándose la espada aunque nadie picó el truco. El esfuerzo le acabó llevando a la enfermería donde le asistieron de un cuadro de deshidratación. Un chute de suero y de nuevo a la plaza. En su segundo no disimuló nada ni lo pretendió. Aburrido el toro, inhibido el torero, lo mató huyendo, huyendo, y la bronca se debió escuchar en la mismísima Sevilla. Vale lo dicho al Fino, cosas de artistas.
La tarde se cerró con una faena cargada de intención y amor propio de Talavante a uno de los toros malos de la tarde. No tuvo más historia que sus agallas que no es poco. Pudo abreviar dado los antecedentes de la tarde pero precisamente por eso cargó con la responsabilidad de figura y le expuso a un toro sin posibilidades. Lo mató de una estocada y el público en reconocimiento pidió un trofeo para premiar su amor propio y para restregarle el enfado a los artistas. También es lógico.
La corrida de Victoriano bien presentada con un par de toros que bajaron la media. Hicieron ruido en varas y hasta hubo sonados derribos. Luego su juego fue desigual. El primer toro se vino abajo después de embestir con gran clase por el lado derecho. El segundo, chico y protestado de salida, acabó recrecido y picando. El tercero, un burraco fortachón y con mucha romana, tuvo clase y temple, fue el toro de la corrida. El cuarto, flojito y protestado, acabó volviendo por donde salió. El cuarto bis, hondo y cuajado, al que le dieron en un puyazo para ir pasando, acabó embistiendo mucho y bien. El quinto otro toro grandón, aburrido y sin clase, con la cara escondida le dio la tarde a Morante que salió a mecharlo y lo mechó. Al toro le aplaudieron para joder a Morante como suele suceder en estos casos. El sexto, astifino, recargó en varas y fue toro sin clase pero con suerte en el sorteo, quiero decir que Talavante le disimuló los muchos defectos que tenía y le hizo parecer menos malo.
Al final volvió a sentirse el calor, el público había olvidado los momentos de buen toreo y no había palabras para otra cosa que no fuese el petardo de los artistas. Cosas del toreo.
