Pasados unos días de la encerrona de Alejandro Talavante en Madrid creo que es necesario reflexionar en frío sobre el fallido acontecimiento taurino que tanta expectación levantó, hasta el punto de celebrarse con el aforo de la plaza al completo. Vaya por delante que el día frío, ventoso y desapacible, no ayudó en principio al éxito del gesto del extremeño. Los engaños volaban y el torero carecía del dominio necesario de la muleta para utilizarla como guante de seda que acaricia o como látigo que castiga, según los casos.
