Todo lo que se le hace al toro de Cuadri, por su envergadura y morfología , además de por ser uno de los pocos encastados que van quedando, sino se le cortan las orejas en los quince o veinte muletazos...
Todo lo que se le hace al toro de Cuadri, por su envergadura y morfología, además de por ser uno de los pocos encastados que van quedando, sino se le cortan las orejas en los quince o veinte muletazos primeros, al menos en Las Ventas, al final el público acaba enfadándose. Sencillamente, porque es un tipo de toro que necesita tratamiento distinto al conejito de Duracell. Como sale como un león y se emplea a fondo de salida, con caballos y banderillas, cuando llega a la muleta tiene las embestidas que tiene y hay que aprovecharlas de inmediato, sin perder el tiempo en probaturas en las que el animal se gasta lo que le queda y cuando el torero decide ponerle la muleta y quedarse quieto ya se encuentra al público de punta. Y eso es así guste o no guste. Que es lo que le ha ocurrido a Luis Bolívar esta tarde, aunque su gente diga que no entra en Madrid porque es extranjero. ¿Acaso no lo era César Rincón? Pero César les ponía la muleta a las primeras de cambio y cuando el público, entre oles, se había dado cuenta ya tenía las orejas en la mano. Y era colombiano, abrió seis veces la puerta grande de Las Ventas y Madrid lo adoraba.
Los dos mejores toros de la tarde –sobre todo el quinto- le han tocado a Bolívar y lo cierto es que ha estado bien en ambos, pero creo que debe medir los tiempos mejor, porque está claro que le cuesta mucho establecer conexión con el público. Como decía Antoñete, "puesta y en la mano". Esa es la solución para Bolívar. A Rafaelillo le ha tocado bailar con la más fea y se ha visto obligado a hacer el toreo sobre las piernas del siglo XIX. El público no ha estado muy justo con el murciano.
La voltereta de Javier Castaño en su primero, segundo de la tarde, dio al traste con la corrida, pues la afición venteña tenía puestas todas sus esperanzas de triunfo en el salmantino. Pero Javier, tan puesto, tan bien colocado, tan recio y clásico en su manera de estar en la plaza y ante los toros, le quitó un instante la vista de encima al toro para pedir con un gesto el cambio de tercio y el animal le propinó una voltereta terrorífica. Daños en las cervicales y en el cráneo, según las primeras noticias, a pesar de lo cual mató al toro e intentó antes hacerle faena. Pero por más que quiso quedarse a la espera de su segundo se impuso la razón y pasó a la enfermería, de donde lo enviaron enseguida a la clínica de La Fraternidad. Con toda la razón, porque soldado herido, soldado evacuado. Eso es una regla de oro de la guerra y en la guerra del toreo se están haciendo muchas imprudencias, como si entrar en la enfermería fuera un desdoro. Pues no; entrar a la enfermería es un acto tan torero como cortarle las orejas a un toro...
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Tarde torcida de toros-toros
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