Matamos el monte, la encina, el campo, la gente de sol. La talanquera, el toro de fuego, el alma de la calle y el corazón del pueblo. Tauromaquia y corrida de toros no es lo mismo, la primera incluye a la segunda y jamás al revés.
Nadie sospechaba que nuestra riqueza tenía de cierta apenas la “r”, y que las demás letras se habían colado como un silencioso virus troyano. Y que en realidad, en el jolgorio de esos tiempos de mucho, el alfabeto de nuestros excesos nos estaba camuflando las letras “u”, “i”, “n” y “a”. Le añadimos la “R” y nos da “ruina”. Recuerdo esos tiempos porque aún se rozan con los dedos de las manos de tan próximos que están. Tiempos en los que veíamos sólo con los ojos abiertos, cuando ver es tantas veces mirar con los ojos cerrados. El toreo, es, tantas veces, cerrar los ojos para ver mejor.
En esa fiesta continuada que nos corrimos a costa de nuestra ruina actual, nos bastaba con abrir las puertas de las plazas. Dar toros. Tan convencidos de nuestra abundancia estábamos, que no vimos que fue en medio de esas juergas que la sociedad cambiaba hasta modificar para siempre conceptos sociales tan estables hasta ahora como el de “generación”. Hoy, entre un padre y un hijo hay tantas generaciones como hermanos quepan en medio de los dos. Tres años después, cuatro, dos hermanos de un mismo padre y misma madre son casi una generación distinta, porque el acceso a los conocimientos que antes se adquirían en décadas, hoy están a la mano en meses.
Todos los argumentos de laTauromaquia se trasladaron y focalizaron en exclusiva a la corrida de la ciudad. Gran error. Matamos el monte, la encina, el campo, la gente de sol, la talanquera, el toro de fuego, el alma de la calle y el corazón del pueblo... a ellos debemos volver de nuevo
Eso afectó al toreo más que la ruina que nació de la falsa época de riqueza. Todos los argumentos de la Tauromaquia se trasladaron y focalizaron en exclusiva a la corrida de la ciudad. Gran error. Matamos el monte, la encina, el campo, la gente de sol. La talanquera, el toro de fuego, el alma de la calle y el corazón del pueblo. Tauromaquia y corrida de toros no es lo mismo, la primera incluye a la segunda y jamás al revés. Tauromaquia es corrida de ciudad, sí, pero es la calle, el pueblo, el campo, la boñiga, el aire puro, el viento y la lluvia. La vida. Y nos hemos pasado décadas diciendo que el toreo urbano es la Tauromaquia. Un secuestro elitista de un negocio frustrado por la riqueza que era ruina, y al que ahora debemos acudir de nuevo. Volver al pueblo, a cada calle, a todas las gentes de lo rural a decirles que nos ayuden.
Me dicen que eso se está haciendo. Yo creo que sólo se les está pidiendo dinero, abriendo de nuevo la posibilidad de que la diferencia entre “riqueza” y “ruina” no exista sino como el gusano y la mariposa, lo mismo que antes. Pero lo que me llama la atención para ocuparme son dos asuntos: uno, que el discurso hacia las generaciones mutantes y constantes con las que convivimos es tan insuficiente que se ha hecho una frontera, ¿casi definitiva?, entre lo que sentimos nosotros y lo que admiten ellos. Entre lo que nos apasiona a nosotros y lo que deploran o les hace indiferente a ellos. Y, como le dimos la espalda a ese lugar llamado campo, ruralismo, esa zona extensa en donde las generaciones se dan la mano y crean lazos de afectos más duraderos, algo debemos de hacer.
Y yo creo que la inteligencia y el talento de los que vivimos en la ciudad, nuestros conocimientos, han de ponerse a compás de ese ruralismo que trata de defender exactamente lo que a nosotros nos puede salvar: una vida natural, donde reír y llorar son iguales, donde sangre y sutura son naturales, nacer y morir sólo son el peaje gustoso que pagamos por la evolución del ser humano. La desnaturalización de la vida cabalga a lomos de estos cambios generacionales que ya se producen sin control, a rebufo de lo tecnológico: el mutante más brutal, asesino y devastador que tiene el ser humano. El que nos anima a olvidarnos de leer.
Pongamos en orden y a compás ruralidad y toreo, Tauromaquia y corrida de toros, y seremos ese grupo aún fuerte y sólido, solidario, y evolutivo a pesar de las generaciones que no nos volverán a ver. Esa es la fuerza, la de un grupo no tan minoritario, humano, que suma generaciones en lugar de separarlas y que podemos extendernos en el tiempo: toro, río, águila, conejo, pólvora, arpón, vaca, leche, carne, piel. Es poco probable que la corrida de ciudad salve a la Tauromaquia. ¿Cultura? Pero si hemos dejado de leer… Leer será pronto una tara y escribir un delito. La cultura, nuestra cultura, huele a ruralidad. Sabe a tierra y se lee todas las mañanas en las que sale el sol para que continúe el ciclo.
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