Como el pájaro al echar a volar, que deja la rama temblando. Así es la sutil sensibilidad del toreo. Pero insistimos en ver el vuelo y no el eco tembloroso, rítmico, frágil y leve de esa rama que tiembla. Que es el eco tembloroso que deja un abrazo, la temblequera del después de un beso, el sonido que deja un te quiero después de rebotar en nuestra piel. No nacimos para la guerra, ni las madres paren toreros para la batalla. Este arte nació para hacer temblar las ramas de los árboles. Para mecerlas y acunarlas cuando el toreo se hace arte. Pero, en ese temblar después del vuelo, también está la cornada. La muerte. La rama que se quiebra y se seca.
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