El nuevo opus -el número 25- de Tierras Taurinas, la obra de André Viard, viaja a la Sierra de Aracena, donde "empieza un nuevo ciclo: igual, pero distinto, en busca de lo que hubo y de lo que hay".
La reseña del nuevo título dice así: En la Sierra de Aracena se encuentran los vestigios de una de las plazas de toros más antiguas del mundo, así como una de las ganaderías emergentes más prometedoras en la actualidad. Tradición e innovación conviven en esta zona donde seis siglos de cultura taurina han dejado una profunda huella, en los hombres y en las piedras.
A la entrada de esa "banda de los Gallegos", el instinto de supervivencia de Gerardo Ortega provoca admiración, de la misma manera que la lucidez de Pepe Moya en El Parralejo, la habilidad de Guillermo García Palacios en Albarreal o la determinación de Juan Pedro Domecq en Lo Álvaro y Lagoa.
Este encandilamiento también brota ante la luminosa clarividencia de Aquilino Duque o por el rastro dejado en La Alcornocosa por Antonio Corbacho, hombre absurdo en el sentido camusiano de la palabra.
Nos apena, sin embargo, la desesperanza de Ignacio González en el Monte de San Miguel de Aracena, cuya injusta situación poco tiene que ver con la Gruta de las Maravillas.
A través de este viaje por la Sierra de Aracena, empieza un nuevo ciclo: igual, pero distinto, en busca de lo que hubo y de lo que hay, materia prima de un patrimonio que debemos inscribir en el de la Humanidad.
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Tierras Taurinas viaja a la Sierra de Aracena
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