Álvaro Domecq Romero fue el continuador del legado bravo de Torrestrella, que ahora con su muerte deja en manos de sus sobrinos, con Luis Domecq al frente. Una ganadería que desde el primer momento tuvo una gran personalidad, moldeada bajo el sueño de uno de los ganaderos más carismáticos de la historia, su padre, don Álvaro Domecq y Díez. Los Alburejos, la finca gaditana donde tantas décadas pastaron los torrestrellas, se convirtió en todo un templo del campo bravo.
En el año 1957, don Álvaro Domecq compró el hierro de Salvador Suárez Ternero; la anunció primero como Valcargado. Ese mismo año, tras comprar reses a Curro Chica, y posteriormente a Carlos Núñez, pasó a llamarse Torrestrella. Más adelante añadió algo de Jandilla, que era procedente de la ganadería que su hermano había legado a sus sobrinos. Con el paso del tiempo, Torrestrella se convirtió en un encaste personal, que logró muchos éxitos en las ferias.
Tras la venta de Los Alburejos, la familia Domecq decidió mudarse a otra de sus fincas, El Carrascal, que fue sitio auxiliar de apoyo a Los Alburejos y que ahora se ha convertido en el centro neurálgico. Es la finca principal que acoge ahora a toda la ganadería y que por tanto se han visto obligados a adaptar a las nuevas necesidades. La mudanza se inició a principios de 2020, coincidiendo con la llegada de la pandemia. De Medina Sidonia a Benalup-Casas Viejas. Al lado, prácticamente. En plena dehesa de La Janda, sin apartarse de esa famosa ruta del toro que atraviesa Cádiz. Apenas veinte kilómetros separan un lugar de otro.
Allí siguió al frente de la ganadería junto a su sobrino Luis. Con motivo de este cambio de finca, Álvaro concedió a Aplausos la última de sus muchas entrevistas a este medio. "Cada vez que tengo un minuto libre, me vengo al campo. Me encanta. Aquí siempre hay algo que hacer, además, me trae muy buenos recuerdos", entre ellos, el de su padre, don Álvaro Domecq y Díez, aseguraba el ganadero en abril de 2022. "Es fácil tenerlo presente por muchas cosas. Cada día paso por delante de la escultura que le dedicó Jerez y además -recordaba muy emocionado y con la voz entrecortada-, cada vez que llego a la finca me viene siempre a la cabeza. Mi padre ha sido un eufórico del toreo y de la vida. El toro y el caballo para él fueron su gran ilusión. Criar toros es un arte, igual que lo es criar caballos buenos o tener grandes amigos. Él tuvo mucho arte".
ANTE TODO, BRAVURA
Alvarito siguió la estela del padre, criar el mismo tipo de toro bajo una premisa indispensable, la bravura: "Es lo más importante. Con la bravura se llega a muchos sitios, a la diversión y a la emoción. El toro bravo es el que transmite al público. Me gusta que mis toros tengan esa viveza tan característica de los toros bravos. Nos gusta el toro bravo, pero también el toro bueno. Ser ganadero es muy difícil, por eso es tan bello. Pero cuando consigues que salga en la plaza ese toro soñado, la gloria que te da hace que no te cambies por nadie, es una gran satisfacción que dura mucho tiempo", afirmó en un entrevista de nuestro compañero Jorge Casals.
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Torrestrella, el legado bravo de Álvaro Domecq
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