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Treinta años del único día en que Ponce pensó si arrojar o no la toalla

Tras la alternativa en Valencia con un cartel de lujo, Enrique Ponce, máxima figura de la novillería a finales de los ochenta, comenzaba una difícil andadura en la temporada de 1990.

Su segunda comparecencia en las Fallas fue menos afortunada. La corrida de Montalvo sacó muchas dificultades y nadie, ni Ortega Cano, ni Joselito ni Ponce dieron una sola vuelta al ruedo. Naturalmente aquel fiasco perjudicó al joven torero de Chiva, que se quedó parado. La oreja cortada al toro de su alternativa no pareció servir para nada y las ilusiones iban esfumándose.

No volvió a vestirse de luces hasta el mes de mayo en Valencia, donde tampoco se produjo el triunfo que pudiese abrirle las puertas. Había comenzado la etapa más dura de su carrera, en la que no cabía más opción que el triunfo.

En el libro “Los grandes maestros del toreo valenciano”, escrito por José Luis Benlloch, Enrique Ponce narra este episodio clave en su trayectoria. La situación es agobiante. No hay contratos y los que hay son para pensárselos. La cuarta corrida de toros de su vida es en Cadalso de los Vidrios un 3 de junio de 1990 -tal día como hoy, pero de hace 30 años-. Tres toros de Jiménez Alarcón y tres de José Luis Sánchez y Sánchez, para César Rincón, que acababa de llegar a España de la mano de Luis Álvarez, Pedro Lara y Enrique Ponce. La corrida es dura y mansa. Lo menos apropiado para darle confianza a un “chaval” que empieza. El primero de su lote le coge varias veces y al acabar con el regalo, mientras espera tumbado en una camilla a que le atiendan los médicos, le pasa por la cabeza por primera vez en su vida si vale la pena seguir en el toreo.

“Fue la primera y única vez que dudé en mi vida. Es más, dudé incluso si debía salir a matar el segundo. Naturalmente me sobrepuse inmediatamente, salí a la plaza y aún corté la oreja. Fue algo muy pasajero y hasta me vino bien, aquella oreja me dio mucha moral”, confesaba el propio Ponce pasado el tiempo.

Después vendría otra vez Valencia, su plaza, la tarde de la Feria de Julio como único espada, punto de inflexión en su carrera hacia la cima del toreo.

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Treinta años del único día en que Ponce pensó si arrojar o no la toalla

Alfonso Ávila

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