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Tres alumbramientos, tres, y un suceso

Los festejos finales de la temporada en Valencia, cuesta llamarles feria, han dejado unos cuantos protagonistas de interés. Por orden jerárquico hay que comenzar por la corrida concurso, que transcurrió cargada de matices, sin que hubiese tiempo para el aburrimiento pese a su metraje XXL, tres horas nada menos, que permitió examinar modelos de bravura diferentes y hasta categoría de aficionados; fue el mismo día que se confirmó otro paso adelante de Román, debutante como director de lidia, cuestión de antigüedad, que pese a lo que pudo pensarse en un principio manejó con mucha generosidad y corrección el guion del concurso justo hasta -maldito descabello- llegar al pie de la puerta grande; hubo picadores brillantes, Puchano y Chocolate principalmente, y lidiadores de mucha maestría como Rafael González que mandó sin estridencias y mucha eficacia.

No es fácil que estos festejos en los que tanto se valora la suerte de varas escapen a la decepción final y en estos tiempos, en los que los ganaderos seleccionan más que nunca pensando en el juego de los toros en el tercio final (es lo que demanda el gran público) una concurso casi sabe a contradicción por mucho que siempre se dijo que el auténticamente bravo es bravo en cualquier tercio. De la dificultad del éxito final habla bien a las claras el que en las últimas cinco corridas de esta modalidad celebradas en Valencia, en todas quedó desierto el premio al toro más bravo. No fue este el caso y hasta se pudo elegir. Se premió el ejemplar de Torrealta, se pudo premiar el de Pedraza de haberlo medido más en varas, se frustró en una inoportuna voltereta el de La Palmosilla, que parecía hasta ese momento el más completo de todos, y tuvo buena nota el de Adolfo Martín. Cuatro toros de interés en una corrida, sea cual sea la modalidad, no es poco, en realidad se puede considerar un suceso.

Los de luces

En el apartado de las luces se pudo gozar con el debut de un novillero, Burdiel se llama, que exhibió un toreo mucho más de arte que de ciencia, matiz que siempre crea grandes expectativas entre los aficionados por mucho que la ciencia se haga necesaria para convertir las ilusiones en realidad. Su primera faena tuvo la virtud de romper la secuencia tan manida y por ello ya aburrida y previsible (agotan el factor sorpresa) de las faenas actuales, aquellas de derechazos, naturales, pases cambiados cuando baja la tensión y bernadinas finales. Este Burdiel improvisó e intercaló recursos la mar de creativos de los que en las modas actuales saben a nuevo. Tan feliz presentación en otros tiempos hubiese sido de repetición inmediata, en la actualidad toca esperar para comprobar si es sueño o es realidad.

Y finalmente, aunque fue en principio, aparecieron dos chicos en la sin caballos de los de insuflar ilusión en los corazones de los aficionados. Curiosamente los dos con nombres de críticos reconocidos, Navalón y Donaire, pura casualidad, el primero valenciano de Ayora y alumno de la escuela de Albacete, el segundo de Calahorra asentado con toda su familia en Valencia donde llegó siendo un niño en un caso de precocidad vocacional, atraído por la escuela a donde asiste con encomiable puntualidad; uno, el primero, con un estilo técnicamente muy estructurado, muy de este tiempo, de plantas asentadas y geometría lineal, muy puesto diría un taurino clásico -aunque en esto del toro nunca se está suficientemente puesto más allá de las tertulias, en la realidad siempre se está a la intemperie, expuesto a que se te cruce un toro que te desmonte todos los saberes acumulados y más- y otro, ese Donaire menudito y despierto enganchando a una naturalidad creativa deslumbrante desde una estética de templada fragilidad que aún le da mayor encanto. Más Ponce el primero, más Morante el segundo dicho por sintetizar y sin ánimo de comparar. Diez líneas llevo escritas, no más, desde que arranqué la referencia a los dos chicos y ya me estarán acusando de exagerado, idea que comparto, ¡soy un exagerado! En realidad, soy víctima de la ilusión, pero qué si no es el toreo, quién si no puede sacar una plaza a flote en situación tan comprometida como la de Valencia si no nuevos toreros, gente próxima y de este tiempo que enganche con los tiempos sociales sin traicionar los fundamentos del toreo. Los dos reúnen esas condiciones de partida así que no hay quien me vaya a apear de esa nube y no son los únicos: días antes en Algemesí fueron Nek y el aguerrido Niño de las Monjas quienes pusieron en modo de esperanzada alerta a los aficionados y nadie oculta que en esto de los toros donde las profecías tantos disgustos dan, salta la liebre, digo el fenómeno o el mesías salvador que todo lo revuelve donde menos se espera. De momento apunten las últimas revelaciones, pero vendrán más.

Navalón tiene un estilo técnicamente muy estructurado, muy de este tiempo, de plantas asentadas y geometría lineal.

Y el año que viene…

Todo eso, que se puede valorar como final feliz, ha sucedido cuando la temporada echaba el telón. Un año difícil con la resaca de la pandemia que todo lo condicionó, hay que admitirlo, y el aterrizaje de una nueva empresa, Nautalia, de la que se espera tome definitivamente el pulso a los gustos de la tierra y a las necesidades de una afición que reclama mayor proximidad y atención. El año que viene se antoja definitivo para su asentamiento, el cruce de caminos para un buen maridaje o para un divorcio que todo lo haga más difícil y de eso Valencia sabe lo suyo.

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Tres alumbramientos, tres, y un suceso

José Luis Benlloch

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