Torear cien corridas en una temporada con el toro y el público de Sevilla, Madrid, Bilbao y Pamplona sería muy difícil. Se les reventaría el corazón a los toreros. La tensión añadida que aportan a la ya de por sí tensa profesión de lidiar toros bravos, ganado y publico como los de esas plazas resultaría a la larga insufrible para hombres que, aunque especiales, son de carne y hueso como los demás. Por eso, aun con el respeto que merece cualquier aficionado que pague su entrada, no se puede estar de acuerdo con quienes se declaran toristas y exigen el toro de Madrid en cualquier plaza de España. Cierto que el toro es el elemento esencial de la Fiesta, pero es el hombre quien marca la diferencia. Y por supuesto que la labor del torero debe ser juzgada en función del toro que tiene delante. Separar en el juicio al toro y al torero no es de buen aficionado.
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Un alto para la reflexión
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