Disgusto general. Frío y mansedumbre. Eso fueron los dos elementos que no estaban invitados y acabaron condicionando la tarde magdalenera. Quizá un carajillo que entone...
Disgusto general. Frío y mansedumbre. Eso fueron los dos elementos que no estaban invitados y acabaron condicionando la tarde magdalenera. Se la cargaron sin apelación posible, por derecho. Puso de su parte el público, pusieron empeño los toreros, no se acabaron de rendir nunca, ni unos ni otros, pero palmamos de palmar, de perder, de ruina. Quiero decir que todo el entusiasmo acumulado la víspera, se diluyó ayer sin remisión. Quizá un carajillo que entone los músculos de los aficionados o una buena tertulia que encienda los ánimos, una buena cena, una buena compañía o mejor todo a la vez, todo será poco, podría ejercer de terapia reparadora y reconciliarnos con el toreo pero va a costar, va a costar.
El frió y el viento colaboraron al disgusto pero lo realmente definitivo en semejantes números rojos, me refiero a números rojos artísticos, fueron los pupilos de Alcurrucén, presentados con categoría, a cada cual lo suyo, en ese aspecto los hermanos Lozano enviaron un lote de cuatreños preciosos, dignos de una plaza importante, con el trapío necesario, variedad de capas, buenas hechuras, alguno entraba dentro de la categoría de dije que es como los taurinos se refieren a un toro con buena planta y aspecto de embestir y hubo varios de esos, solo que ni los dijes ni los menos dijes embistieron. Y si alguno dejó hacer el toreo caso del cuarto, el único que humilló y embistió con estilo, lo hizo cuando el espada, en este caso Castella, acertó a retenerle en su tendencia a la huida, así que el mejor fue noble pero cobardón.
La mayoría manseó de salida. Eso fue una constante. Fríos, huidos, abantos, alguno como el quinto pegando unas embestidas descompuestas que obligaron al matador a soltar el capote y poner precaución de por medio. Desde el optimismo queríamos pensar que hacían lo propio de su encaste Núñez y les dábamos crédito y crédito y crédito, avanzaba y avanzaba la lidia, se picaban, se banderilleaban y... mantenían su incertidumbre, su guasilla y también su rebeldía cuando los sometían, de tal manera que en ese mismo momento tiraban un derrote a los avíos o se salían arrollando o salían de naja con la música a otra parte. Unos informales por decirlo de manera condescendiente, eso es lo que eran, unos informales. A modo de referencia, les diré que al menos tres toros se picaron en la puerta de cuadrillas donde llegaban huyendo de la pelea.
Viniendo de donde venían, siendo lo que eran, núñez de Alcurrucén, de la misma casa que tantas y tantas veces habían arrimado la bravura a la hoguera del éxito, semejante situación descolocaba y asombraba. Sería cuestión de la mala suerte, de los astros, de las brujas, de vaya a saber qué, pero el caso es que ayer, esa fue la noticia, mala noticia, que se juntaron seis de Alcurrucen que no embistieron. Será que los que embisten están en el campo. Otra cosa no tendría explicación.
De los toreros se puede contar poco. Del que más de Castella que cortó la única oreja de la tarde en ese cuarto, único que permitió el toreo. Ya en el tercio de quites le recetó unas chicuelinas limpias y ajustadas que a aquellas alturas supieron a pan nuevo en tarde negra. Luego la faena de muleta cogió cuerpo sobre todo con la mano izquierda. El francés acertó a sujetar al toro en su tendencia a la huida y sobre la raya de picar, frente a la puerta de cuadrillas, concreto el territorio para que entiendan la condición del toro, pues en ese mismo sitio, lo amarró y le corrió la mano sin dejar que se fuese de la suerte hasta ligarle un manojo de naturales de mucho nivel, de mano baja y alta templanza. Alguno realmente sobresaliente por largo y por hondo y por el lugar donde lo remataba. Una estocada le puso en las manos la oreja del oponente. Su primero fue toro descompuesto y sin ritmo que nunca quiso seguir la muleta.
Momentos buenos también logró Talavante en su primero que había hecho cosas raras en los primeros tercios. A continuación, cuando ya habíamos perdido la esperanza de un triunfo, Talavante se echó la muleta a la izquierda se puso serio y firme y le encontró un punto en el que el toreo al natural surgió emocionante y meritorio, de tal manera que el mestre Gargori le obsequió con una composición musical de su propia inspiración. Luego, con todo el gasto hecho con el toro, Talavante lo mató malamente, en realidad muy malamente, y no hubo opción a premio. Su segundo, que cerraba plaza fue directamente imposible.
Perera no tuvo opción. Su primero se paró de salida y el segundo igual se paraba que se volvía loco. Él quiso, se arrimó, les dio tiempo, incluso demasiado pero lo que no puede ser no puede ser y además es imposible así que los despachó y nos fuimos todos en busca del carajillo reparador. Después de tantas tardes de dulce, ayer hubo una cura de humildad, fue como recordar que esto del toreo es muy difícil, mucho.
