En punto a toreros, los carteles de San Fermín oscilan de siempre entre la audacia y la prudencia. Un equilibrio que se mantiene por norma. Por norma los sanfermines asimilan causas transgresoras: el aire libertino, libertario, tolerante, pagano y de fraternidad universal de ocho jornadas y media de fiesta que invade los burgos de la ciudad vieja; el ambiente cosmopolita que tal vez fuera impostado un día pero ya no lo es.
Dos son las huellas digitales de la fiesta: el encierro, fiesta transgresora por naturaleza, y ocho encierros que al alba y en apenas tres minutos de carrera llenan de toro el resto del día y, de paso, la octava entera; y un público de plaza complejo y procaz, protagonista coral incluso cuando ni siquiera se manifiesta. 18.000 almas. La mitad de ellas, las transgresoras, al sol de las seis y media de la tarde. El toro es el centro de todas las cosas y en torno a él gira la cosa toda con exquisita puntualidad. La mecánica de un sistema solar. Y el uniforme: un sencillo pañuelo rojo anudado al cuello.
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Un San Fermín transgresor
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