Los Alijares, donde pastan los toros, es la finca referencial. Su orientación hacia el mediodía, lo que los camperos dicen de sol a sol, la convierten en muy templada, eso y el agua necesaria, aquí las charcas manan, justifica de sobra su fama de buena finca.
"Dejar de ser el sobrino de Victorino no fue fácil" (CAPÍTULO I)
Era la primera vez que acudía a la finca de Adolfo. Desde Madrid a Trujillo, de Trujillo a Santa Cruz de la Sierra, donde pasta la vacada de César Rincón, de ahí a Abertura, Villamesías y coges el cruce de Almoharín. No digo que la carretera se haga más estrecha en ese punto pero sí más agreste, chaparros y zarzales han comenzado a escoltarla a los dos lados, los cercados de piedra ya hace rato que anuncian que estamos en tierra ganadera pero la señal definitiva que confirma que estamos llegando son dos lotes de becerros cárdenos que mordisquean la hierba fresca del otoño indiferentes a nuestro paso. Setenta, ochenta…
Los Alijares, donde pastan los toros, es la finca referencial de los adolfos. Su orientación hacia el mediodía, lo que los camperos dicen de sol a sol, la convierten en muy templada, eso y el agua necesaria, aquí las charcas manan, justifica de sobra su fama de buena finca. La prueba, la tengo delante, cuando apenas ha comenzado el otoño los cercados tienen un palmo de hierba. Reúne doscientas cuarenta hectáreas al abrigo de la sierra de Montánchez, un cordón montañoso poblado de encinas y chaparros, donde Adolfo echa los becerros y los recoge de utreros con apenas ayuda de unos tacos de pienso. En ese régimen, natural y asilvestrado, lejos incluso de la mirada y el manejo del hombre, los animales desarrollan carácter y muchos pitones.
Es terreno berroqueño, de granito, nos ilustra Adolfo, a diferencia de la mayoría de fincas de la zona que tienen más pizarra. El pasto de las zonas pizarrosas es mejor, pero más corto, en las de berrocal, por más frescas, la hierba es más abundante. Con anterioridad fue de Gabriel de la Casa quien había diseñado sus instalaciones iniciales. Adolfo se la compró en 1990 a un propietario posterior que criaba manso, pocos meses después de partir la ganadería con su tío Victorino. Un buen día, yendo con un amigo a un tentadero de machos a Las Tiesas -eran los tiempos en los que Victorino le prestaba erales para la cubrición que luego se los devolvía-, aprovechando que llegaban con tiempo de sobra se adentraron en la zona siguiendo las noticias que les habían llegado asegurando que se vendía una buena finca en las proximidades de Trujillo.
“El pienso está muy bien pero es para remate. Una ganadería a base de pienso es inviable, sobre todo con lo que está cayendo”
Los corredores no habían dado muchas más referencias pero aún así la localizaron, por puro instinto campero, atando cabos, preguntando aquí y allá hasta que un hombre a caballo les situó definitivamente, “se la han dejado un kilometro atrás”, nos dijo. Cuando dieron con ella les deslumbró la hierba que tenía y el amigo le animó: “deja el tentadero y vamos a comprarla”. No les frenó ni el que fuese sábado ni el llegar tarde a Las Tiesas porque para ser ganadero una buena finca como era aquella es fundamental, al fin y a la postre, como dice Adolfo, los animales se hacen comiendo hierba. “El pienso está muy bien pero es para remate. Una ganadería a base de pienso es inviable, sobre todo con lo que está cayendo”.
Poco después compró Caballerías, que había pertenecido a los Higuero. Unas setecientas hectáreas después de una expropiación para la recula del pantano del Búrdalo acogen alrededor de trescientas vacas bravas además de una punta de manso. Hubo momentos, me cuenta, en los que tuvo una ganadería larga, unos quinientos vientres, porque salían muchas vacas buenas y le daba pena matarlas. “Esa era la razón principal”. Y me subraya que su ganadería tenía fama no tanto por los toros como por las vacas, que los que llegaban hasta Los Alijares a torear se iban locos por repetir. “Les embestían muy bien pero les exigían, disfrutaban pero no se podían distraer, así que los ponía a punto”. Y eso sigue siendo así, hay cola para ir a tentar a Los Alijares. “No hay que pegar regates, sino torear, llevarlas, insiste Adolfo, torearlas bien. Son animales que piden que se les haga todo perfecto. Eso exige una concentración mayor que con otros encastes”.
La reducción de vacas llegó en torno a la temporada de 2011/12, coincidiendo con dos percances graves, un toro le pega cinco cornadas de muerte a Adolfo y por otra parte, el toro de la crisis le pilla de pleno como a todos sus colegas. Aquel año, me cuenta, pretendió mantener los precios y a pesar de los buenos resultados acabó septiembre con más de cincuenta cinqueños en los cercados y decidió mandarlos directamente al matadero. “No me tembló el pulso. Eran toros que no cabían en los camiones, una hermosura, pero hubo que hacerlo. Elegí el matadero antes que regalarlos”. Todo seguido se impuso la reducción de vacas a un número que pudiese asumir el mercado y a la vez mantener la ganadería abierta de familias. De uno y otro percance se ha recuperado perfectamente.
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"Una ganadería a base de pienso es inviable"
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