No se puede entender la conmoción que ha causado la muerte de Antoñete, sin profundizar en las circunstancias en que se desarrolló su infancia, ese periodo de la vida de un hombre tan importante para la formación de su carácter. La conversión de la caída del telón de una biografía tan rica de aventura como la suya, en su última salida triunfal por la puerta grande de la Plaza de Toros de Las Ventas, obedece a poderosas razones. Y es que el toreo en general y toda la entraña popular de España, sentían al torero madrileño como uno de los suyos. Era “uno de los nuestros”. Antonio Chenel, durante toda su vida, sólo compitió consigo mismo. Luchó para romper las barreras a que estaban condenados los nacidos en casa pobre de su generación. Y lo consiguió.
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