El fin de semana tuvo tensión informativa. Las declaraciones de Simón Casas a David ídem en Movistar comenzaron a animar el cotarro. Habrá bombo en San Isidro, anunció, y se formó el lógico revuelo entre los descreídos, expectantes y público en general que había dudado, natural, del recorrido de semejante experiencia. A Simón le gustan esos escenarios. Basta con verle y escuchar cómo enfatiza para comprobarlo. Está en su hábitat natural. Dados los resultados de la primera experiencia no debe extrañar el punto y seguido. Ver Las Ventas como se ha visto todos los días da para insistir, para felicitarse y hasta para convertirse al simonismo. El que no arriesga no gana y el tipo arriesgó y ganó y por si alguien tenía dudas incluso viendo la plaza llena, lo confesó el propio empresario. Otra rareza, un empresario confesando beneficios, así que no debe extrañar que insista. Ganó SC pero sobre todo ganó la Fiesta, que mostró lo que algunos comenzaban a dudar, hay vida. Y quedó claro una vez más que la decadencia se combate con ideas y laboreo. La fórmula cuando se aplica encuentra respuestas felices.
El éxito tiene además una vertiente ejemplarizante no solo por el bombo en sí mismo y lo que supone de igualdad de oportunidades, justicia y demás, sino por lo que tiene de invitación a innovar. No hay que atrincherarse, no hay que confundir respeto a los fundamentos del toreo, conservación de la esencia, blindaje de los cánones y bla, bla, bla… que es obligado, con inmovilismo. Con eso estamos donde estamos, en la raya del abismo. Así que hay que insistir, probar, avanzar, hay tajo. ¿Dónde está aquella idea de alterar el orden de la lidia, los jóvenes delante, las figuras cerrando?... pasa en los espectáculos más rutilantes y en los más reconocidos. Nadie se imaginaría a la Caballé levantando el telón pongo por caso. De esa manera ganarían los jóvenes, ganarían puestos, ganaríamos futuro y nos evitaríamos que se inventasen martingalas o recursos como las confirmaciones o el rejoneador por delante o la repesca imposible de antiguos nombres que no van a ninguna parte. Y el que habla de la antigüedad en la lidia habla de un campo de actuación enorme y unas costumbres, en ocasiones vicios, que necesitan de un revulsivo. El bombo es un ejemplo, con menos no se ha podido ganar más.
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