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¡Vaya pestiño!

Los de Bañuelos no debieron pasar el trámite mañanero en los corrales. Le faltaba la más elemental presencia, y si a ello unimos la carencia absoluta de la fiereza necesaria para que lo que se hace con un toro tenga una mínima importancia, no es de extrañar que el espectáculo haya resultado un pestiño.

Los de Bañuelos, con poco trapío y menos casta, han dado al traste con la reaparición del Fino después de trece años en el coso de Vista Alegre. Esperemos que esto no sea una tendencia. Porque si lo es, el “siempre nos quedará Bilbao” que, imitando a lo que decía Bogart sobre París en “Casablanca”, decimos a la vista de lo que sale de los chiqueros por algunos andurriales, también se nos va al carajo. Lo mejor de la tarde, el vestido del cordobés, ideal para dibujarlo con tinta china sobre alba cartulina, y el pelao de quinto de Alejandro Talavante.

Los de Bañuelos no debieron pasar el trámite mañanero en los corrales. No era una corrida para las Corridas Generales de Bilbao. Le faltaba la más elemental presencia, y si a ello unimos la carencia absoluta de la fiereza necesaria para que lo que se hace con un toro tenga una mínima importancia, no es de extrañar que el espectáculo haya resultado un pestiño. El de Córdoba, que ha estado aseado y técnicamente perfecto, ha andado con su lote como en un tentadero. No había para más. Le ha faltado toro por todos lados. Talavante, aburrido ante tan exiguo material, lo mejor que ha hecho ha sido tirarse a matar a su segundo a las primeras de cambio. El único que medio se ha salvado de la quema ha sido Fandiño, al que el público bilbaíno lo ha acogido con su natural caballerosidad y simpatía. Con una actitud comprensiva como si le dijera: “¡Qué vamos a hacer!, de donde no hay no se puede sacar!”

A Matías cabría decirle lo que dicen que le dijo el mozo de espadas de Gallito a la renqueante locomotora del tren Sevilla-Madrid, ante el bufido que pego al llegar a Atocha: “¡Eso en Despeñaperros!” Porque, digo yo, alguna responsabilidad tendrá el presidente en que esos seis animalitos pasaran el reconocimiento, y salieran a la arena gris de la capital vasca. La fuerza que demostró ayer para negar orejas, podría haberla reservado para impedir que las seis cucarachas de marras hundieran una tarde de toros en la que muchos aficionados tenían puestas sus esperanzas.

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¡Vaya pestiño!

Paco Mora

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