Escribo consternado por la muerte de Víctor Barrio. No hay alegría ni éxito, ni fiesta, ni siquiera las de Pamplona ni las de Teruel ni las faenas de Curro Díaz, que toreó esa misma tarde como los propios ángeles, ni las de Roca Rey en San Fermín, que como todas las grandes faenas desde el sábado son todavía más grandes, más heroicas, nada existe que compense de un trago así. Como no puede haber consuelo para su mujer, Raquel, ni para su padre, testigos directos de la tragedia en la misma plaza. Brutal situación que les zarandeó, nos zarandeó sin piedad en los escasos minutos que duró la incertidumbre. Un sentimiento de fatalismo del que no nos podíamos desprender, espécimen de toro negro, en ese caso cárdeno, nos hizo hilo desde el mismo momento en que Víctor quedó a merced sobre la arena.
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