Volvió la máxima expectación a la plaza más grande del mundo. Y la abarrotó José Tomás con la compañía de Adame. Vimos lleno ese coliseum que nos enseñaba su enorme soledad durante meses. Casi ningún domingo había ni un cuarto de aforo. Ni siquiera del aforo numerado. Daba mal de ojo mirar a la pantalla y te dolía el corazón de aficionado pensando dónde están los que no han venido; y sobre todo, por qué no vienen cuando, digan lo que digan, había carteles bastante atractivos. Por eso la redención de JT nos enseña que los milagros todavía son posibles y que alguien vestido de luces es capaz de movilizar de una tacada casi cincuenta mil almas.
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