Vamos de un extremo a otro y olvidamos algo fundamental en la vida y en el toreo que es el temple. Fandiño levantó la expectación que casi nadie ha sido capaz de generar en los últimos años. Abarrotar Madrid, con veinticuatro mil almas convencidas que iban a ver el mayor espectáculo taurino del mundo, es algo muy respetable. Luego la gloria se tornó en dolor. Las reses de la dureza o no embistieron o no tenían la casta suficiente para triunfar en Madrid. Hubo toros regulares, malos y muy malos. Y el que pintaba mejor, el de Victorino, se dejó la cadera en su bravo empuje al caballo. Y no hubo faenas de infarto, ni siquiera normales. La corrida valió poco y Fandiño acusó eso y más. Y la tarde se fue por el desagüe del desencanto.
Lea AQUÍ el artículo completo en su Revista APLAUSOS Nº 1958
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