Rubén Pinar sabía muy bien a lo que se enfrentaba y a lo que se exponía. Y ha jugado fuerte, colocándose con firmeza y poniéndoles la muleta como si se tratara de “cuvillos” o “zalduendos”, y ha pagado el precio. Pero seguro que su sacrificio no ha sido en balde.
Hay un cuadro de Sorolla, el artista que pintó la luz del Mediterráneo, que representa los ímprobos trabajos de los pescadores de arrastre -hombres y mujeres- del litoral valenciano. El título de la obra es: “Y dicen que el pescado es caro”. La actitud de Rubén Pinar hoy en Las Ventas frente a una difícil corrida, por no decir imposible, del Conde de La Maza, me ha recordado no sé por qué -o quizás si lo sé pero me gustaría no saberlo-, el sentido del cuadro del gran Sorolla. Muchos se empeñan en infravalorar en estos raros tiempos que vivimos el mérito de los toreros y se ponen de parte de las fieras que lidian jugándose la vida. Incluso contraponen al duelo entre toro y torero, que el animal muere y su matador se enriquece, sin tener pajolera idea de que el dinero de los toreros casi siempre es “la mitad de la mitad” de lo que se pregona.
Esos detractores interesados, auténticos mercenarios de la mafia anti taurina, incluso cometen la felonía de alegrarse cuando un torero cae en el ejercicio de su profesión. Rubén Pinar sabía muy bien a lo que se enfrentaba y a lo que se exponía. El ganado de Poli De La Maza siempre fue duro y peligroso, lo que no quiere decir que no le hayan salido a lo largo de la historia de la ganadería algunos toros que propiciaron el éxito de sus matadores. Hay varios ejemplos, el más reciente quizás el que puso en circulación a Pepe Moral en Sevilla.
Pero hoy no ha sido el caso; se veía venir la tragedia -dos fuertes cornadas de pronóstico grave ha recibido Pinar-, pero el de Tobarra llegaba a Madrid pletórico de ilusión, después de dos éxitos apoteósicos en la Feria de Albacete, feria en la que sale el toro-toro, sobre todo cuando no torean las figuras consagradas, y tenía la moral por la nubes. Y ha jugado fuerte, colocándose con firmeza y poniéndoles la muleta como si se tratara de “cuvillos” o “zalduendos”, y ha pagado el precio. Pero el público madrileño sabe muy bien lo que ve, y seguro que su sacrificio no ha sido en balde. Y sabrá también esperar al albaceteño en el próximo San Isidro, con una corrida que le ofrezca las mínimas posibilidades de demostrar que no se quiere resignar a ser uno más del montón.
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Y dicen que el pescado es caro
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